Esta mierda es un poco mejor que aquella mierda

11 diciembre 2009

—¿El arte como un arma? —me dijo, la palabra «arma» llena de desdén y ella misma un arma—. ¿El arte como el reflejo de adoptar la postura correcta en todo? ¿El arte como el abogado de las cosas buenas? ¿Quién te ha enseñado todo esto? ¿Quién te ha enseñado que el arte consiste en eslóganes? ¿Quién te ha enseñado que el arte está al servicio del pueblo? El arte está al servicio del arte y, de lo contrario, no existe arte que merezca la atención de nadie. ¿Cuál es el motivo para escribir literatura seria, señor Zuckerman? ¿Desarmar a los enemigos del control de precios? El motivo para escribir literatura seria es escribir literatura seria. ¿Quieres rebelarte contra la sociedad? Te diré cómo debes hacerlo: escribe bien. ¿Quieres abrazar una causa perdida? Entonces no luches por la clase trabajadora. A ellos les irá bien. Van a llenar alegremente los depósitos de sus Plymouths. El trabajador nos conquistará a todos, de su necedad fluirá la bazofia que es el destino cultural de este país filisteo. Pronto tendremos en este país algo mucho peor que el gobierno de los campesinos y los obreros, tendremos la cultura de los campesinos y los obreros. ¿Quieres una causa perdida por la que luchar? Entonces lucha por la palabra. No la palabra ampulosa, no la palabra inspiradora, no la palabra a favor de esto y en contra de aquello, no la palabra que anuncia al respetable que eres una persona maravillosa, admirable, compasiva, que está al lado de los oprimidos. ¡No, lucha por la palabra que dice a las pocas personas cultas condenadas a vivir en Estados Unidos que estás al lado del mundo! Este guión tuyo es basura. Es horrible. Es exasperante. Es basura vulgar, primitiva, ingenua, propagandista. Empaña el mundo con palabras. Y hiede al alto cielo de tu virtud. Nada tiene un efecto más siniestro en el arte que el deseo de un artista de demostrar lo bueno que es. ¡La terrible tentación del idealismo! Tienes que dominar tu idealismo, tu virtud tanto como tu vicio, has de conseguir un dominio estético de todo lo que te impulsa a escribir en primer lugar: ¡tu indignación, tu política, tu pesadumbre, tu amor! Empieza a predicar y tomar posiciones, empieza a ver tu propia perspectiva como superior, y eres una nulidad como artista, nulo y ridículo. ¿Por qué escribes estas proclamas? ¿Porque miras a tu alrededor y te escandalizas? ¿Porque miras a tu alrededor y te conmueves? La gente cede con demasiada facilidad y finge sus sentimientos. Quieren tener sentimientos enseguida, y los de escandalizado y conmovido son los más fáciles, así como los más estúpidos. Salvo en raras ocasiones, señor Zuckerman, mostrarse escandalizado es siempre una falsedad. Proclamaciones. ¡Al arte no le sirven de nada las proclamaciones! Llévate tu encantadora mierda de este despacho, por favor.

(…)

— La política es la gran generalizadora —me dijo Leo—, y la literatura la gran particularizadora, y no sólo están en relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. Para la política, la literatura es decadente, blanda, irrelevante, aburrida, terca, insípida, algo que no tiene sentido y que realmente no debería existir. ¿Por qué? Debido al impulso particularizador en que consiste la literatura. ¿Cómo puedes ser un artista y renunciar al matiz? Pero ¿cómo puedes ser un político y permitir el matiz? En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla, a lo Hemingway, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación, denotar la contradicción. No se trata de eliminar la contradicción, de negarla, sino de ver dónde, dentro de la contradicción, se encuentra el ser humano atormentado. Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar o, de lo contrario, produces propaganda, si no para un partido político (un movimiento político, estúpida propaganda para la misma vida), sí para la vida como ella preferiría ser divulgada. Durante los cinco o seis primeros años de la Revolución rusa, los revolucionarios gritaban: «¡El amor libre, existirá el amor libre!». Pero, una vez estuvieron en el poder, no pudieron permitirlo, porque ¿qué es el amor libre? Es caos, y ellos no querían el caos. No es para eso para lo que habían hecho su gloriosa revolución. Querían algo disciplinado, organizado, contenido, científicamente predecible, a ser posible. El amor libre inquieta a la organización. La literatura inquieta a la organización. No porque esté flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil. Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de lo particular consiste en ser particular, y la naturaleza intrínseca de la particularidad estriba en no amoldarse. La generalización del sufrimiento: eso es el comunismo. La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura. En esa polaridad se da el antagonismo. Uno participa en la batalla al mantener vivo lo particular en un mundo simplificador y generalizador. No tienes necesidad de escribir para legitimar el comunismo o el capitalismo; estás al margen de ambos. Si eres escritor, no te alías con uno ni con otro. Ves diferencias, sí, y, por supuesto, ves que esta mierda es un poco mejor que aquella mierda, o que aquella mierda es mejor que ésta. Tal vez mucho mejor. Pero ves la mierda. No eres un empleado del gobierno. No eres un militante. No eres un creyente. Eres una persona que se enfrenta de una manera muy diferente al mundo y a lo que sucede en el mundo. El militante presenta la fe, una gran creencia que cambiará el mundo, y el artista presenta un producto que no tiene cabida en ese mundo, que es inútil. El artista, el escritor serio, introduce en el mundo algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo. Cuando Dios hizo todas las cosas en siete días, las aves, los ríos, los seres humanos, no dedicó ni diez minutos a la literatura. «Y entonces existirá la literatura. A algunos les gustará, a algunos les obsesionará y querrán hacerla...» No, no. Él no dijo eso. Si entonces le hubieras preguntado a Dios: «¿Habrá lampistas?», te habría respondido: «Sí, los habrá, porque habrá casas y serán necesarios los lampistas». «¿Habrá médicos?» «Sí, porque la gente enfermará y necesitará médicos que le receten medicinas». «¿Y literatura?» «¿Literatura? De qué me estás hablando? ¿Para qué sirve eso? ¿Dónde encaja? Por favor, estoy creando un universo, no una universidad. Nada de literatura».

Philip Roth
en Me casé con un comunista (1998)

¿Se puede saber qué coño estás mirando?

09 diciembre 2009

Surcar mares, subir montañas, patear grandes ciudades o rastrear parajes perdidos. Fútbol, baloncesto, natación, carrera pedestre, gimnasia rítmica o patinaje artístico. Guitarra, piano, violín, batería, banjo, flauta de pan o triángulo. Cuentos, novelas, poesía, filatelia, numismática o pirotecnia. Sea lo que sea, hazlo. O por lo menos, participa. De la forma que sea. Es mejor ser protagonista que espectador. Más vale ser el último de los figurantes que el presidente del club de fans. No merece la pena pasarse toda la vida mirando. Como un fan. Como un jodido y pesadísimo fan.

Como un fan by Leandro on Grooveshark

Dame argo

04 diciembre 2009

Primero, un montón de bienintencionadas ONG’s rompieron el fuego tratando de que apadrinásemos a los niños más desfavorecidos del tercer mundo. Más tarde, las sociedades protectoras de animales se pusieron a la tarea buscando padrinos para bichos desprotegidos de las más diversas especies. Luego, el sector más solidario del pueblo aragonés se preocupó de promover el apadrinamiento de murcianos sedientos. Y ahora amenazan los estudiantes. Y es que, ¿qué sería de un español sin su paga, o cuando menos, sin la incesante lucha por asegurársela? Poca cosa.

(Despegado con esmero hace pocos meses de una sucia pared, en una céntrica calle de Murcia. Por mis niños que no miento)

Matando monstruos en los parques

01 diciembre 2009

En los parques pasaba las tardes, no las mañanas. Y no todas. Pasaba, sobre todo, las de los sábados. Por lo general, eran tardes bastante olvidables. Nunca importaba el sitio, así que eso está de más; bastaba un parque más o menos céntrico. Nunca me preocupé de cuál. Nunca me preocupé de los parques, ni de las tardes, ni de los sábados. Y ahora puedo decir que, de todos mis delirios y mis cuentos, sólo el suyo ha mejorado el argumento. Ahora me escondo y los observo, y puedo decir que mataré monstruos por ellos. Que seguiré matando monstruos por ellos. Ya hace algún tiempo salté y caí justo aquí. Aquellos safaris sin fin se esfumaron sin avisar. Y hoy lo he vuelto a notar: cada nube es un plan, se transforma al viajar, y no pesa y se va. Somos nubes, no más. Como hojas que danzan al viento, así nos recogerá el tiempo y nos hará rodar y rodar y rodar y rodar y rodar. Pero sí que hay final.

Un día en el parque by Leandro on Grooveshark

Palmípedos, blancos y en botella

23 noviembre 2009

Ni ocas, ni gansos. Ni Lucas, ni Donald. Ni a la naranja, ni en confit. El otro. El que empieza como patito feo y termina dando el cante. Y entre una cosa y otra, todo lo demás: el lago, el cuello, Alec Guiness y Grace Kelly, Leda, Rubén Darío, y si es negro, Tyrone Power y Maureen O’Hara. De donde se colige que lo importante es todo lo demás. Aunque el canto, en algunos casos, sea brillante. Y éste es uno de esos casos, seguro. Que no sea el último.

Swans by Leandro on Grooveshark

Razones para dejarse matar

20 noviembre 2009

¿Por qué? Sin duda, ésa es la parte oculta del iceberg. Hipótesis habrá tantas como curiosos. Románticas, pasionales, trágicas, poéticas, desesperadas. Algunas en blanco y negro, con Ava Gardner y Burt Lancaster al frente del reparto. Otras en color, con Angie Dickinson, Lee Marvin y John Cassavetes. Pero quizá la única razón sea, sencillamente, que algunas cosas son inevitables. Por veinticinco pesetas cada una: razones. Motivos. O el nombre de los asesinos.

La forma en que miras a ese tipo

16 noviembre 2009

Voy a defenderme. A defenderme de los ataques que no me han hecho, de los que creo que me harían si les escuchase, y sobre todo, de los que yo mismo me hago con cierta frecuencia. A justificarme, vamos. Voy a justificarme, a defender mi faceta de perdedor de tiempo patológico, de procrastinador compulsivo. Y en una de sus versiones más actuales: la de lector de blogs. Dice Enrique Vila-Matas que los blogs le aportan información, diálogo, vitalidad… y el siempre necesario caos. Y nunca viene mal un poco de caos en estas vidas nuestras tan ordenadas. Un poco de desorden en este proceso de aprendizaje que tanto dura. Porque hay cosas que uno no sabe que existen, pero existen. Hay cosas que uno no sabe dónde buscar, incluso que no quiere buscar, pero las encuentra. Y hay cosas que le encuentran a uno. Ideas geniales para guiones de nuevas series de televisión o proyectos de realitys televisivos quizá no tan disparatados como queremos pensar. El mapa mundial de blogueros amenazados, detenidos o asesinados. Las tribulaciones de un padre agnóstico ante la Primera Comunión de su hijo. Una berlanguiana secta satánica, paella y pasodoble incluidos. Enérgicas protestas para hacer frente a gravísimos problemas cuya existencia me había pasado desapercibida hasta ahora. Eruditas, entretenidas y, esto lo doy por descontado, absolutamente incomprensibles disertaciones sobre el arte contemporáneo y algunas de sus manifestaciones más significativas. Magníficas reseñas de libros que nunca he leído y que cualquiera sabe si algún día leeré. Cuentos, muchos y buenos cuentos: clásicos, introspectivos, metaliterarios, balcánicos y los que cabalgan de Philip K. Dick a Charles Bukowski. Un paisano, quizá un vecino, que escribe una novela; qué digo una novela, una pistola, una bomba a punto de estallar. Nick Hornby. Por supuesto, Nick Hornby. Música, mucha música. Y esta canción. Esta canción, por sí sola, me justifica.

That guy by Leandro on Grooveshark

Cuando eras más rápido, más alto, más fuerte

09 noviembre 2009

O creías serlo. O que podrías llegar a serlo. Ahora, a estas alturas, podemos mostrar un olímpico desprecio. O pasar olímpicamente. Podemos pensar que no los aprovechamos bien, que podríamos haber hecho esto o aquéllo. O que fueron mejores, que ojalá volvieran. Podemos pensar lo que nos dé la gana. Al fin y al cabo, ya somos mayores. Lo que no podemos es olvidarlos. No del todo. No fueron mejores, ni peores. Sólo fueron diferentes, distintos de éstos. Otros años.


Seguir viviendo

05 noviembre 2009

El problema de mi generación es que todos pensamos que somos putos genios. Hacer algo no es suficiente para nosotros, y nadie está vendiendo algo, o enseñando algo, o simplemente haciendo algo: nosotros tenemos que ser algo. Es nuestro derecho inalienable, como ciudadanos del siglo XXI que somos. Si Christina Aguilera o Britney Spears o cualquier otro imbécil de ídolo norteamericano puede ser algo, ¿por qué no yo? ¿Qué hay de lo mío, eh? Muy bien, mi banda ha dado los mejores conciertos en vivo que uno pueda escuchar en un bar, y hemos grabado dos álbumes que han gustado a muchos críticos y a poca gente normal y corriente. Pero tener talento no es nunca suficiente para hacernos felices, ¿no es cierto? Quiero decir que debería serlo, porque el talento es un don, y uno debería darle gracias a Dios por tenerlo, pero yo no lo he hecho. A mí me jodía un montón, porque no me pagaban por él ni me sacaban en la portada de Rolling Stone.

Oscar Wilde dijo una vez que la vida real de uno es a menudo la vida que uno no lleva. Apúntate un diez, Oscar. Mi vida real estaba llena de conciertos de los de primera plana en Wembley y el Madison Square Garden y de discos de platino, y de Grammys, y ésa no era la vida que estaba llevando, y eso es quizá lo que hacía que me entraran ganas de mandarlo todo al diablo. La vida que llevaba no me permitía..., no sé, ser quien pensaba que era. Ni siquiera me permitía ir derecho por la vida. Era como si estuviera andando por un túnel que fuera haciéndose más y más estrecho, y más y más oscuro, y hubiera empezado a llenarse de agua, y yo avanzara todo encorvado, y me encontrara con un muro de roca y las únicas herramientas que tuviera a mano fueran mis uñas. Puede que todo el mundo se sienta así, pero ésa no es razón para seguir adelante. Bueno, pues aquella Nochevieja ya estaba harto. Tenía las uñas hechas polvo, y las yemas de los dedos todas despellejadas. Ya no podía seguir escarbando. Con el grupo roto, lo único que me quedaba para expresarme era dejar atrás mi vida irreal: iba a volar desde aquella puta azotea como Supermán. Pero, por supuesto, las cosas no salieron de ese modo.

He aquí algunas personas muertas, personas que eran demasiado sensibles para seguir viviendo: Sylvla Plath, Van Gogh, Virginia Woolf, Jackson Pollock, Primo Levi, Kurt Cobain (por supuesto). Y algunas personas vivas: George W. Bush, Arnold Schwarzenegger, Osama Bin Laden. Sólo tenéis que poner una cruz al lado de la gente con la que os gustaría tomar una copa, y ver si están en el grupo de los muertos o de los vivos. Y sí, podéis argumentar que he forzado las cosas a mi favor, y que hay un par de personas que faltan en la lista de los vivos y que refutarían lo que afirmo, unos cuantos poetas y músicos y gente de ese tipo. Y podéis también hacer constar que Stalin y Hitler no eran tan maravillosos y sin embargo ya no están entre nosotros. Pero sed un poco indulgentes conmigo: sabéis de lo que estoy hablando. A la gente sensible le es más duro seguir viviendo.

Nick Hornby
en En Picado (2005)

Un día más nos quedaremos sentados aquí

03 noviembre 2009

Sí, aquí. Exactamente aquí. En esta silla, en este sillón, en este sofá, en esta cama. En esta oficina, en este despacho, en esta sala de estar, en esta terraza, en este patio, en este jardín, en esta habitación. Un día detrás de otro. Hemos esperado eclipses. Hemos perseguido enigmas al compás de las horas. Hemos dibujado elipses. Hemos escuchado el lenguaje de las plantas. Y seguimos sentados aquí, sin tomar una determinación. Se nos ha vuelto a olvidar. Y nos hemos dicho: mañana. Esta tarde vamos a ver el partido. O a leer este libro. O a ver esa película. O a pasar páginas con el mando a distancia. O a bucear música por internet. O a dejar una entrada en el blog. O algún comentario chistoso en los blogs de los demás. O a correr un rato por los parques. O a leer un cuento. Y nos hemos vuelto a convencer. Qué bien.

A vueltas

27 octubre 2009

La ciudad vacía. Las tuercas oxidadas. Las heridas abiertas. La esperanza esfumada. Las colillas apagadas. ¿Qué encontrará el ángel cuando decida volver? ¿Y cómo volverá? ¿Con la frente marchita? Y lo más importante: ¿volverá? ¿Cogerá su vida y su mochila y volverá? Vaya usted a saber. Pero vaya al sitio correcto, no vale cualquiera. Y luego vuelva, claro.

Ángel by Leandro on Grooveshark

Variables

24 octubre 2009

Un visitante lapa a punto de hacer estallar un plácido veraneo. O varios. ¿Alguna vez has sido tú ese visitante? Háztelo mirar. Una historia incontenible en los estrictos límites de lo que pasa. Una desmadre de incursiones desenfrenadas en el terreno de lo que podría pasar si. Un camino lleno de desvíos. O un desvío lleno de caminos. ¿Un escritor sacudido por un ataque de frenética inspiración? La necesidad de coger la primera calle a la derecha. Un cambio de rumbo. Y otro. Y otro más. Porque siempre hay algo que parece que va a funcionar mejor. Y porque puede haber muchas formas de librarse de una pesadilla. O de convivir con ella. O no. Pero siempre sin perder de vista lo esencial: hay que fregar los platos.

De ayer

20 octubre 2009

El pan. El periódico. El mundo. Fantasías animadas. Tinta roja en el gris. Un puñado de canciones. Buenos momentos. Muchos recuerdos. Algunas expectativas defraudadas. Y la chica. Por supuesto, la chica. Todo lo demás, es de mañana.

Chica de ayer by Leandro on Grooveshark

No es coña

16 octubre 2009

Escoñar: 1. tr. Romper, estropear. U. t. c. prnl. || 2. tr. Hacer fracasar. U. t. c. prnl. Se escoñó el invento. || 3. prnl. Hacerse daño. (RAE)

Porque a veces las cosas se rompen. Otras veces se estropean. O se averían. Incluso se joden. Pero hay ocasiones en que se escoñan. Y si se escoñan, se escoñan. Y punto.

Diario La Verdad, edición de Murcia. 14 de octubre de 2009

Déjame que descanse un rato al sol

13 octubre 2009

El niño, a pesar de lo listo que era, o quizá precisamente por eso, sabía cómo meter el dedo en el ojo. Y le habían bastado cuatro añitos para aprenderlo. O eso, o ya lo traía de serie. Después de una lucha intelectual sin cuartel para convencerlo de que sus primos mayores se irían a la cama en seguida, sin ver Gran Prix, y conseguir así que se acostase a las nueve, su padre aún tuvo que subir media docena de veces las escaleras del dúplex para tapar varias vías de agua. De agua. De pipí. De tengo miedo. De un besito de buenas noches. De qué están haciendo los primos. De cuándo sube mamá. A la que hizo siete, la subida ya no fue en son de paz. El padre, cansado, agotada su dosis diaria de paciencia, dio rienda suelta a su justa ira en forma de furiosos interrogantes. ¿Qué pasa? ¿Te gusta dar el follón? ¿Te gusta tocar las narices? ¿Te gusta joder la vida a los demás? Abajo, uno de esos pesados silencios familiares tan típicos en momentos como éste nos permitió oír una vocecilla trémula al fondo de la habitación: a mí me gusta la alegría. Toma, y a mí. La diferencia es que a él sí le sirvió para apaciguar el conflicto.

Déjame vivir con alegría by Leandro on Grooveshark

Ideas sueltas

09 octubre 2009

Cuando llega el momento de empezar a escribir otro cuento, lo primero que hago es elegir una de las ideas que tengo guardadas. Abro una determinada carpeta del ordenador, y allí están las ideas. Malas, regulares e incluso alguna buena. O así me lo parece, al menos. Cada archivo que hay en la carpeta, una idea. Algunas están algo más desarrolladas, pero casi siempre son sólo un esbozo.

Sé que algunas son muy malas. Nunca llegarán a ser un cuento. Al menos, no un cuento escrito por mí. Pero no las mando a la papelera, no sé muy bien por qué. Por si algún día cambio de opinión sobre ellas, y mira que si eso llega a ocurrir no dirá mucho en mi favor. Por si alguna vez puedo sacarles punta. Como si fueran un lápiz. O por si puedo colarlas de rondón en otra historia donde puedan encontrar un hueco, cosa que ya ha funcionado en más de una ocasión. El caso es que no las borro.

Otras, aun no siendo tan malas, no pasan de ser un buen punto de partida. Un embrión. Apenas un bosquejo del que algún día puede salir algo mejor. Un cuento, quizá. No son ideas desechables, pero no son nada más que eso. Ideas, fogonazos, bocetos, esbozos. El nombre de estos archivos está escrito con mayúsculas.


Para empezar a escribir un nuevo cuento, suelo coger uno de esos archivos cuyo nombre está escrito con mayúsculas. Alguien dirá que, en realidad, ya empecé a escribirlo cuando cacé la idea al vuelo, cuando me puse a anotar con prisas en un papel o en un archivo. Yo prefiero pensar que no. Prefiero creer que es ahora cuando empiezo. Si no, si tengo que contar cada idea que nunca vuelvo a retomar, serían ya demasiadas las cosas que se quedan sin terminar.


A partir de ahí llega lo más difícil: convertir el esbozo en un cuento. Muchas veces no es siquiera el apunte de una historia, sólo de una situación, de un personaje, de una conversación… algo de lo que algún día podría llegar a salir una historia. Pero hay que sentarse delante de ese archivo y escurrir, apretar, exprimir, estrujar hasta sacar algo más. Y no es fácil. Muchas veces no sirve para nada, incluso es lo peor que puedes hacer. Si no has sacado nada después de dos o tres días, que a la hora de la verdad se traducen en tres o cuatro horas de trabajo, tal vez lo mejor sea volverlo a guardar y esperar a ver qué pasa.


Elegí uno. Uno de los que me parecía mejor. Uno en el que tenía depositadas bastantes esperanzas. Un par de días después, nada. La idea me seguía (y me sigue) pareciendo buena, pero es sólo una idea: sin historia, sin el tono adecuado, sin estructura, sin personajes. Insisto: sólo el esbozo. Y decido volver a guardarlo.


Y de repente, una mañana, en la oficina, tienes un objeto en la mano. Mientras piensas en cómo resolver un problema de trabajo, mientras hablas por teléfono, mientras jugueteas con el ratón buscando en Internet lo que no encuentras entre tus conocimientos, tienes en la mano izquierda un objeto vulgar. Le das vueltas entre los dedos de forma inconsciente. Como ese objeto, tienes varios en la mano a lo largo de la semana. Tienes muchos, de hecho. Y de repente, es precisamente hoy, viernes, al final de la mañana, cuando te das cuenta de que en ese objeto hay una historia entera. O varias. Apenas quedan veinte minutos para cerrar la oficina hasta el martes. Dejas todo lo que estás haciendo y abres un archivo nuevo. Y empiezas a teclear. Frenético. Y va saliendo todo: la situación, el hilo, las historias, los personajes, la estructura, el tono, lo que quieres decir y lo que no, cómo empezar, cómo cerrar, de qué voy a escribir y cómo. Todo.


Son sólo las primeras pinceladas, los primeros apuntes del natural escritos sobre la marcha. Pero son también casi dos páginas. Y siguen creciendo. Y sé, ahora sí, que algún día serán algo más. Lo que no sé es cuándo.

Eso no vale

08 octubre 2009

Ya está, otro. Increíble, ¿no? Qué eficacia. Meses y meses y meses sin vender una escoba, y de repente, toma: dos de un golpe. Como el sastrecillo y las moscas. O los gigantes, lo que fuera. El objetivo, por aquello de disciplinarme un poco, era uno al mes. De momento. Luego ya se vería la posibilidad de incrementar el ritmo, que he visto por ahí quien puede con uno a la semana, y con un alto grado de calidad y resultados más que satisfactorios. Hablo de cuentos, por supuesto. El caso es que consigues sacar adelante uno que venía atrancado desde mucho tiempo atrás. Septiembre. A los pocos días terminas otro. Octubre. Y ya está. Prueba superada. Eres el puto amo.

Pues no. No está. No has superado nada, ni eres nada. Parece que has cogido carrerilla, pero es mentira. Eso es trampa. Ese cuento no es nuevo. Tampoco lo he copiado, claro, no he caído tan bajo. Aún. Pero no es nuevo, ni mucho menos. Son los deberes que Rubén nos puso en el Taller el pasado mes de febrero. Apenas necesitaba unos retoques. Un quítame allá esas pajas y un ponme aquí estas otras. Y poco más.

El sábado era día 3 y ya estaba terminado. Y lo peor es que después me he creído que todo el monte era orégano y desde entonces no he vuelto a pegar un palo al agua. Un palo narrativo, quiero decir. ¿Eso es cumplir objetivos? ¿Puede uno engañarse de esa forma? Pues parece que como poder, puede. Pero no debe.

Así que, además de aficionado y perezoso, tramposo. ¿Alguien da más?

¿Alguna pregunta?

05 octubre 2009

¿Ser o no ser? ¿Existe Dios? ¿Quién soy? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Hay alguien ahí? ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Me quiere o no me quiere? ¿Qué quieres tomar? ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? ¿Por qué no te callas? ¿Qué se debe? ¿Se puede? ¿Dígame? ¿Quería usted algo? ¿Estudias o trabajas? ¿Cuál es tu color favorito? ¿Tienes fuego? ¿Bailas? ¿Quieres salir conmigo? ¿Cuánto cuesta? ¿Ya? ¿Qué hora es? ¿Cuántos cumples? ¿Cuánto falta? ¿Sabe usted a qué velocidad iba? ¿Sabe usted con quién está hablando? ¿De verdad? ¿En serio? ¿Dónde están las llaves? ¿Pero qué coño estás haciendo? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? ¿Alguna pregunta? Pregunta, pregunta. Pregunta la pregunta.

Sobre batallas perdidas y campos devastados

01 octubre 2009

Entonces Lanzarote dejó de sonreír y en sus ojos brilló el asombro.

— ¿Por qué estás triste, señor? —preguntó Sir Kay.

— Triste no... bueno, puede que sí. Se trata de una pregunta. Puede que te parezca ofensiva.

— Conozco lo bastante a mi amigo para estar seguro de que no se atrevería a ofenderme. ¿Cuál es la pregunta?

— Eres hermano de leche del rey.

Kay sonrió.

— Así es. Nos alimentamos del mismo pecho, nos acunaron juntos, compartimos nuestros juegos, juntos cazamos y aprendimos a guerrear. Yo creía que era mi hermano hasta que se reveló que era hijo del rey Uther.

— Sí, lo sé. Y en los primeros años de turbulencia luchaste a su lado como un león. Tu nombre inspiraba terror en los enemigos del rey. Cuando los cinco reyes del norte emprendieron la guerra contra Arturo, mataste a dos de ellos con tus propias manos, y el mismo rey proclamó que tu nombre viviría para siempre.

Los Ojos de Kay brillaban.

— Es verdad —dijo en voz baja.

— ¿Qué pasó, Kay? ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué se burlan de ti? ¿Cómo decayeron tus bríos y te hiciste tímido? ¿Puedes decírmelo? ¿Lo sabes?

Los Ojos de Kay brillaban, pero era a causa de las lágrimas, no del orgullo.


— Creo que lo sé —dijo—, pero me pregunto si serías capaz de entenderlo.

— Cuéntame, amigo mío.

— Una piedra de granito capaz de quebrar un martillo por su dureza puede ser desgastada por la erosión de minúsculos granos de arena. Un corazón capaz de afrontar los golpes más adversos del destino puede ser erosionado por los pinchazos de los números, el acecho de los días, las sordas traiciones de la pequeñez, de la importante pequeñez. A los hombres podía combatirlos, pero los ejércitos de cifras que avanzaban por la página me derrotaron. Piensa en el catorce, XIV, un pequeño dragón de cola ponzoñosa, o en el ciento ocho, CVIII, un ariete minúsculo y destructivo. ¡Si no hubiera sido senescal! Para ti una fiesta es festiva..., para mí es un libro de hormigas voraces. Tantas ovejas, tanto pan, tantos odres de vino, ¿no nos olvidamos de la sal? ¿Dónde está el cuerno de unicornio para probar el vino del rey? Faltan dos cisnes. ¿Quién los robó? Para ti la guerra es un combate. Para mí son tantas varas de fresno para hacer lanzas, tantas astas de acero... contar tiendas, cuchillos, arneses de cuero... contar... contar hogazas de pan. Dicen que los paganos inventaron un número que equivale a nada, a un no, que se escribe como una O, una oquedad, un olvido. Podría coserme esa nada al pecho. Mira, ¿viste alguna vez a un hombre dedicado a los números que no se volviera bajo, mezquino, temeroso, con toda su grandeza carcomida por pequeñas cifras, así como las hormigas pueden comerse un dragón muy poco a poco y dejar un hato de huesos? Los hombres pueden ser grandes y a la vez falibles..., pero los números no fallan nunca. Supongo que es su rectitud implacable, su infalible, sucia y mezquina rectitud lo que nos destruye... burlones y tenaces, nos roen con sus ínfimos dientes hasta que de un hombre no queda más que un picadillo de terrores, muy bien desmenuzados y condimentados con náusea. La herida mortal de un hombre de números es un dolor de vientre que carece de gloria.

— ¡Entonces quema tus libros! Rompe tus cuentas y arrójalos al viento desde la torre más alta. Nada puede justificar la destrucción de un hombre.

— ¡Ah! Entonces no habría festines; en la guerra no habría lanzas ni comida que posibilitaran la batalla.

— ¿Entonces por qué se burlan de ti?

— Porque tengo miedo. Lo llamamos cautela, inteligencia, previsión, madurez mental, un sentido comercial conservador y eficaz... pero no es más que miedo, organizado e invencible. Empezando por las cosas pequeñas, le he tomado miedo a todo. Para un buen hombre de negocios, el riesgo es un pecado contra la sagrada lógica de los números. Para mí no hay esperanzas. Soy Sir Kay el Senescal y mi antigua gloria se ha derrumbado.

— Pobre amigo mío. No puedo comprenderte —dijo Lanzarote.

— Lo sabía. ¿Cómo podrías comprenderme? El escarabajo que vigila la muerte no está mordiéndote las tripas. Ahora déjame dormir. Ésa es mi oquedad, mi cero, mi nada.


John Steinbeck
en Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros (1959)

Con fecha de caducidad

28 septiembre 2009

Queramos o no, que nunca queremos. Nos guste o no, que nunca nos gusta. Lo admitamos o no, que no siempre lo admitimos. Y aunque pretendamos evitarlo, que casi siempre lo intentamos; o si no, para qué están ahí los gimnasios, la cirugía plástica, el Revidox, el Viagra y los descapotables caros. Todos envejecemos: los padres, los maridos, las mujeres, los coches, las viviendas, las casas de la playa, los juguetes y las ilusiones. Incluso las canciones. Y si alguien no lo cree, que escuche lo que le ha pasado a Groenlandia. O eso, o es cosa del cambio climático y se está derritiendo.


No tiene nada que ver conmigo

23 septiembre 2009

No conseguía terminar nada desde septiembre del año pasado. Un año. Un año entero, día arriba, día abajo, hasta el cuento que terminé ayer. Todo un logro, tratándose de un escritor aficionado y perezoso. Y no es que haya tardado un año en escribirlo, no; lo que ocurre es que no he escrito casi nada en un año. Eso no sé si viene por la parte de perezoso o por la de aficionado, pero mucho me temo que será por la primera.

Estos dos últimas semanas, sin embargo, he rectificado un poco la trayectoria. No mucho, la verdad, pero sí lo suficiente como para haber sido capaz de escribir algo cada día. Algo: esbozar una idea, cerrar una frase, ponerle el punto y aparte a un párrafo. O escribirlo entero, incluso, si el día era especialmente productivo o conseguía escaquearme de mis obligaciones más de lo habitual. Dicho así, parece una proeza. Y quizá lo sea. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una lucha permanente conmigo mismo. Una más. El caso es que han bastado unas cuantas victorias parciales sobre esa parte de mí mismo que sólo quiere ser espectador, para poner el punto final a ese maldito cuento. Y no era tan difícil: sólo había que sumar muchos pocos. Bueno, pues ya está. Ahí queda, para cuando llegue su turno.

Pero no me convence. Lo he leído un par de veces (es que no terminaba de creerme que estuviese terminado), y no. No tiene nada que ver conmigo. Es muy posible que ni las inquietudes del agente inmobiliario Frank Bascombe, ni las áridas soledades fronterizas del fronterizo Oeste de los Estados Unidos, ni los desorientados y glaciales jóvenes del Japón más urbano, que me han acompañado últimamente, tengan nada que ver conmigo tampoco. O sí, quién sabe. Pero sí tienen que ver, y mucho, con Robert Ford, con Sam Shepard o con Haruki Murakami. Y con lo que les rodea. Y esa proximidad al autor los hace próximos al lector. Conmueven. La fórmula es sencilla: talento para ver más talento para escuchar más talento para narrar más sinceridad. Fácil de enunciar, pero muy compleja de resolver. Eso es mucho más que un sonoro fraseo, que construir un argumento ingenioso o que una chistosa boutade. O mejor dicho, es otra cosa. El problema es que no sé si quiero escribir algo que tenga que ver conmigo. Ni siquiera sé si estoy en condiciones de hacerlo.

El imperio contraataca

21 septiembre 2009

En español, y por si alguien no se ha enterado, en inglés: España está aplastando a Yugoslavia por veinte puntos arriba. Y punto.

El imperio contraataca by Leandro on Grooveshark

¿Qué sabes de los ochenta?

18 septiembre 2009

Un día, de repente, tus años jóvenes se han convertido en el tema 12 del libro de Historia de tus hijos. Y tú, ¿qué coño sabes tú de todo aquello? ¿Te enteraste de algo? ¿Qué recuerdas? Los guardias saliendo por la ventana del Congreso de los Diputados. El SIDA en las noticias. Los dos últimos títulos de Liga del Athletic de Bilbao. Los socialistas en el gobierno casi cincuenta años después y colorín, colorado, la transición ha terminado. Adolfo Suárez y el CDS. El centro, aquél refugio. Alfonso Guerra, Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Gorbachov y Tierno Galván. El recurso previo de inconstitucionalidad. Aplauso y La Juventud Baila. Tequila, Secretos, Radio Futura, Gabinete Caligari, Nacha Pop, Glutamato Ye–Yé y Los Toreros Muertos. La Bola de Cristal. El bombazo nuclear de Chernobyl. La quinta del Buitre y las cinco Ligas consecutivas del Real Madrid. El Mundial de México y los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca. Algunos países que ya no existen y se llevaban un montón de medallas en los Juegos Olímpicos. La caída del muro y de todo lo que había detrás. Y casi todo por la tele. ¿Guardaré yo un trozo de mi juventud para dárselo a mis hijos cuando me pregunten?

Lentitudes e ineficacias

15 septiembre 2009

El primer día no quise lanzar las campanas al vuelo. Podía tratarse de un hecho aislado, así que me abstuve de comentar nada. El segundo tampoco. Ni el tercero. Pero llegaron a ser cinco. Cinco días seguidos. Cinco días encontrando un hueco, por pequeño que fuese, para escribir. Encontrándolo y utilizándolo, claro. La intención (firme, como siempre, faltaría más) era sacar un rato cada día, aunque fuese sólo media hora, para escribir. O para no perder contacto con lo que había escrito, al menos. Media hora. Pasando incluso por encima de obligaciones. Total, media hora cada día, o una, no iban a relanzar mi carrera profesional, ni a mejorar la cuenta de resultados del negocio familiar, ni a salvar la vida de nadie. Tampoco lo que yo fuese a escribir, claro, pero era lo que quería hacer. Y de momento, lo estaba consiguiendo.

Primero abrí el archivo. Eso fue el lunes. Lo miré fijamente, volví a leerlo, me pregunté seriamente si aquéllo lo había escrito yo, me contesté que probablemente sí, que qué remedio, y esbocé de mala manera el final de un diálogo interrumpido muchos meses atrás. El martes terminé ese diálogo y busqué cierta información que necesitaba para lo que venía después. No la encontré. El miércoles decidí que no necesitaba esa información y seguí escribiendo. Y el jueves. Incluso el viernes. Y cuando ya me creía lanzado, se me acabó de repente el libro que estaba leyendo. Se acabó unas ciento cincuenta páginas antes de lo previsto. El autor nunca llegó a terminarlo, y yo no lo sabía cuando empecé a leerlo. Cosas de la incultura, y de no leer jamás la solapa de un libro. Nunca. Manías mías. Bueno, pues la novela se acabó, o mejor, se interrumpió, pero a cambio el editor nos obsequiaba con toda la correspondencia que el autor había dirigido a su agente y a un estrecho colaborador durante el tiempo que estuvo trabajando en ese libro que nunca llegó a terminar. Y ahí estaba la diferencia. La diferencia entre un escritor y un escritor aficionado y perezoso. De forma insultante, casi. Más de tres años, entre 1956 y 1959, de intenso trabajo. Casi enfermizo. Viajes, documentación, bibliotecas remotas, textos antiguos, documentos microfilmados, redacción, corrección, más redacción, más trabajo que no sirve. Y el desaliento. También estaba allí el desaliento del autor, la desesperación por su lentitud y su ineficacia. Hasta que terminó por abandonar la tarea. Y eso en un tipo que ganó el Nobel y el Pulitzer, que escribió Las uvas de la ira y Los descontentos. ¿Eso es lentitud? ¿Eso es ineficacia? ¿Eso es frustración? Pues parece que sí.

El lunes, ayer, recordé que yo no tengo nada que ver con todo eso. Ni parecido. Que yo soy aficionado y perezoso, y que la cosa no es para tanto. Hice abstracción de los grandes problemas que acucian a los grandes escritores, y retomé la tarea. Con mis ineficacias y mis lentitudes, las de toda la vida, que para eso son mías. Y hoy es festivo, así que probablemente continuaré mañana. Como siempre.

Domingo

14 septiembre 2009

Temprano. Solo. Café con leche y un cuento. Y un trozo de una novela. De una buena novela recién estrenada. Carreras al borde del mar. El mar y el sol, ahora tocamos a más. Septiembre. El agua más fría, el agua más limpia. Un castillo, no, una enorme y efímera montaña en la arena. Montes, caminos, canales y puertos: ingenieros menudos. Menudos ingenieros. Comida familiar mirando al mar. Siempre el mar. Otro cuento. Más novela. Los párpados vencidos. Despierto tras la siesta. Empaqueto la ropa en bolsas de viaje, y las bolsas de viaje en el maletero del coche. Coche viejo. Coche entrañable. ¿Papá, cuándo te vas a comprar un coche nuevo? Rápido. Potente. Grande. Rojo. Q5, A4, X6. Agua. Empieza la jornada. Mi equipo no marca. Casi nunca lo hace, casi nunca gana. Víspera del primer día de cole, y hay que hablar. Hablar, hablar. Hay que sacarse del estómago los nervios de todos los años. Los nervios de siempre. La iglesia de siempre. El helado de todos los domingos. Una peli de catástrofes. O de miedo. O una ligera comedia romántica. O fútbol enlatado. O más novela. Hasta bajar el telón. Hacer el indio. Una de las ventajas de que el lunes sea el mejor día de la semana, es que no convierte al domingo en una tortura.

¿Preparado para reunirte con tu hacedor?

10 septiembre 2009

Mi última lágrima, después de todas éstas, y de otras muchas más que no he derramado, es de alivio. La aceptación libera para reconocer lo que viene a continuación. Aunque quién puede decir que las cosas no han seguido su curso de todos modos: esos viejos rechazos, las familiares renuncias cumpliendo sus venerables tareas. Hace años comprendí que el duelo sería largo. Pero ¿tanto? Es fácil aducir que hay asuntos que es mejor dejar en paz, pues la permanencia, la verdadera, no los blandos incentivos del periodo que me he inventado, puede acojonar más que otra cosa, porque suprime el anterior contexto de seguridad individual. ¿Con quién, por ejemplo, tengo que compartir el hecho de haber aceptado la muerte de mi hijo Ralph? ¿Qué significado tiene eso? ¿Cómo puede asumirse y cobrar sentido? ¿Será difícil sobrevivir? ¿Podré seguir vendiendo casas? ¿Querré hacerlo? ¿Y habría sido diferente de haberlo aceptado todo desde el principio, como habrían hecho el presidente de la General Electric o el general Schwarzkopf? ¿Estaría ahora viviendo en Tokio? ¿Me habría muerto de aceptación? ¿O seguiría viviendo en Haddam? Sólo Dios sabe. A lo mejor todo habría sido más o menos lo mismo; quizás se sobrevalore la importancia de la aceptación; aunque los psiquiatras dirán lo contrario, lo que significa que no saben nada. Al fin y al cabo, todos llevamos dentro un montón de «cosas» poco satisfactorias, «cosas» que quisiéramos enmendar o pasar por alto para que otras «cosas» resulten más gratas, y de ese modo podamos abrir aún más el corazón. Pregunten a Marguerite Purcell. Como he dicho, la aceptación asusta un huevo. Siento el horror metido en mi cama, en mi casa vacía, después de la tormenta, y el Día de Acción de Gracias esperando por el Este con la aurora. Ten cuidado con lo que aceptas, ésa es mi advertencia: a mí mismo. Lo tendré, si puedo.

Richard Ford
en Acción de Gracias (2006)

¿Qué prefieres para hoy?

08 septiembre 2009

Un día perfecto. Días perfectos para gente perfecta, con el riesgo de que no quepamos en su mundo tan pequeño. O un buen día. Un rato en la cama, un desayuno tranquilo, un poco de prensa deportiva, unas cañas con los amigos, un partido de fútbol y unos minutos para la nostalgia. Nada extraordinario. O un día de furia. Todo escapa a tu control, un revólver en el cajón y el alma durmiendo en el ojo del huracán. Días iguales, días distintos… no es fácil elegir. Y no siempre se puede. En cualquier caso, un día. Un día más. Siempre es mejor que no tenerlo.

Donde dije digo

05 septiembre 2009

Quien dice mañana, dice el lunes. El viernes no es el mejor día para acometer buenos propósitos, ni para empezar a librar batallas contra uno mismo. Y el sábado tampoco, me temo. El lunes sí, es una de sus ventajas. Que sí, que las tiene, ya me prodigué sobre ellas en una entrada anterior y no voy a insistir ahora, pero las tiene. Entre otras, la que acabo de decir: es el día idóneo para reencontrarse con un cuento abandonado a su suerte y volver a ser escritor. Pero hay otras. Por ejemplo, que si no vuelves a ser escritor este lunes, a los siete días tienes otro para volver a intentarlo. Por falta de oportunidades no va a ser.

Otra dosis de buenos propósitos

03 septiembre 2009

Bastaron cuatro entradas en este diario y otras circunstancias de la vida para darme cuenta. Puedo ser perezoso, y de hecho lo soy. Puedo ser aficionado, yo qué sé, a un montón de cosas: al fútbol, al baloncesto, a la música, a la lectura, a la cerveza en buena compañía, al agua fría… si algo me distingue es precisamente eso, ser un aficionado. Lo que no podía ser era escritor, estaba claro. Así que lo dejé. Y por una mera cuestión de coherencia elemental, abandoné también este diario.

Han sido unos meses tranquilos en ese terreno. Nada de devanarme los sesos buscando adjetivaciones imposibles. Nada de diálogos artificiales y supuestamente ingeniosos. Nada de ir encontrando historias en el más nimio incidente o anécdota que se me ponga delante de palabra o de obra. Nada de ir apuntando esbozos como un poseso en una hoja de papel sucio o en un archivo de Word. Nada de darle la vuelta a todo para mirarlo por detrás o por dentro. Nada de enfermizos puntos de vista desde los que contemplar el mundo y sus pompas. Nada de eso. Al contrario. Que escriban otros (sobre todo, los que saben hacerlo), que yo me encargaré de la parte de leer.

Ahora resulta que no me acuerdo bien de las razones por las que dejé de ser escritor. Olvidé apuntarlas. Y la verdad, he pensado: mejor que hacer un denodado esfuerzo para tratar de recordarlas, me hago escritor otra vez. En el peor de los casos, esas mismas razones volverán a ponerse de manifiesto por sí solas; y esta vez, antes de dejar el oficio, las recogeré pormenorizadamente por escrito. Para eso soy escritor, qué coño. Y en el mejor, con un poco de suerte y algo de voluntad por mi parte, puede que escriba algo y todo. Vete a saber.

Para no empezar de cero, retomo otra vez el cuento donde lo dejé. Sí, exacto, ese cuento. El que empecé a escribir el pasado 23 de enero, a las 7:28 horas, y abandoné el 19 de febrero, a las 18:29 horas. El de los catorce párrafos, cuarenta y siete líneas, trescientas noventa palabras, título incluido. Creo que aún recuerdo de lo que iba.

Así que lo dicho: mañana mismo empiezo. O sigo. En serio.

¿Y qué?

02 septiembre 2009

Puedes jurar y maldecir. Puedes volverte loco. O silbar. Olvidarte de tus pecados y hacer una reverencia al caer el telón. Disfruta, es tu última oportunidad. Al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te crucifiquen?

Ni con receta del médico

26 agosto 2009

Ni con Rosa. Ni con María. Ni con Mar. Ni con Marta. Ni con Sofía. Ni con Luisa. Ni con Adriana. Ni con Inés. Ni con Elvira (ni con Fernando). Ni con Ana. Ni con Aurora. Ni con Esther. Ni con Marisa. Ni con Candelaria. Ni con Lidia. Ni con Daniela. Ni con Juana. Ni con Susana. Ni con Irene. Ni con Eva. Ni con Cecilia. Ni con Nieves. Ni con Raquel. Ni con Isabel. Ni con Lola. Ni con Sonia. Ni con Elena. Ni con Sara. Ni con Chus. Ni con Patricia. Ni con Alicia. ¿Pues no era en verano cuando se ligaba tanto?

Todo el peso de la ley... de Murphy by Leandro on Grooveshark

¿Homenaje?

22 agosto 2009

Añoranza de la República. O deseo de que permanezca exactamente ahí, donde está. ¿Homenaje? A la ambigüedad, supongo. Así que nada, lo dicho: la República, siempre en la memoria.

Canciones desde el purgatorio

18 agosto 2009

Poco más de dos semanas muerto. Y desde el más allá, o desde lo más oscuro de los callejones del deseo, sigue llamándote. Sigue gritando tu nombre.

I call your name by Leandro on Grooveshark

El traje invisible del emperador

16 agosto 2009

El mejor futbolista de la liga inglesa. El mejor de la liga italiana. El mejor de la liga francesa. Y unos cuantos más. Y caros. Doscientos no sé cuántos millones de euros. Más los que ya teníamos en la despensa. Los expertos y comentaristas, bla, bla, bla, y gran movilidad en los hombres de arriba, bla, bla, bla, y continuo intercambio de posiciones, bla, bla, bla, y gran juego de fulano sin balón, y qué gran zancada la de éste, y qué arrancada la de aquél, y qué jerarquía la del otro, bla, bla, bla, y el nuevo entrenador que quiere presión arriba y la defensa mucho más adelantada que en temporadas anteriores. Como todos los años a estas alturas, vamos. Y el contrario que siempre lleva la preparación mucho más avanzada. Y que ni saudí, ni ecuatoriano, ni canadiense, ni estadounidense, ni de segunda división, que ya no hay enemigo pequeño. Y la mitad de las veces acaba marcando el de siempre, que siempre acaba metido en el equipo titular. Aunque sea con calzador. Nueve temporadas, una docena de entrenadores y seguimos jugando a lo mismo. Para que luego digan que no tenemos un estilo definido. Y después de seis partidos, mi hijo: papá, la verdad es que el equipo me gusta mucho más cuando no lo veo jugar. Pues eso.

Antropofagia desesperada

13 agosto 2009

A lo mejor te pasa como a mí. A lo mejor no tienes muy buena pinta. Ni tostado, ni crudo. Ni vestido, ni desnudo. Tal vez no seas una persona muy apetitosa. De cerca, puede que des grima. Y visto por dentro, incluso algo de asco. Pero si tuvieras que comerte, ¿por dónde empezarías? ¿Qué parte elegirías la primera?

Mr. Camping by Leandro on Grooveshark

Paf

08 agosto 2009

Voz onomatopéyica con la que se expresa el ruido que hace una persona o cosa al caer o chocar contra algún objeto. En medicina, poliposis adenomatosa familiar, o afección hereditaria caracterizada por la formación de numerosos pólipos en las paredes interiores del colon y el recto, que aumentan el riesgo de padecer cáncer colorrectal. Más rebuscado: Personal Ancestral File, software de genealogía creado por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, división informática (freeware, como Dios manda). Pero también, establecimiento público donde se sirven bebidas alcohólicas o no alcohólicas (aunque preferiblemente sí) y refrigerios. Del inglés al gallego profundo, sin solución de continuidad.

Verano

06 agosto 2009

Los atardeceres más largos. El verde en sus más diversas manifestaciones, casi todas las variedades del espectro. Las piedras mejor colocadas. Románico. En la ciudad y en la aldea, en lo más profundo del bosque y en lo más alto del monte, al borde de un cantil por encima del río. Agua. Cayendo y corriendo. Sobre nuestras cabezas, bajo los pies. Flotamos, nadamos, la escuchamos por todas partes. El río y el puente románico. La torre medieval y el monte del castro. La plaza y el claustro barroco. Buenos cuentos. Buenas novelas. Lentas carreras y largos paseos bajo los robles y los castaños. Bicicletas. Niños sueltos. La hora de hacer balance, que siempre me coge por aquí. La ronda: el Plaza, el Londres, el América, el Administración, el Tellado, el Trigal y el Lito. Veinticinco grados, veinte grados, diecisiete grados. Y bajando. ¿Una centolla? Este año, quizá. O el que viene. O quizá nunca. Solomillo sí. Y chuletón. Bacalao. Pulpo los días de mercado. Vino blanco. Vino tinto. Galicia, sitio distinto.

Miña terra galega by Leandro on Grooveshark

Aquí se viene a morir

02 agosto 2009

Quizá. Pero en combate la obligación de velar por tus hombres es sagrada y no sé por qué yo no lo hice. Mi intención era hacerlo. Cuando te requieren para eso tienes que meterte en la cabeza que aceptarás las consecuencias. Pero tú no sabes cuáles serán esas consecuencias. Acabas haciéndote responsable de muchas cosas que no pensabas. Si se suponía que yo debía morir allí haciendo aquello que había prometido hacer entonces es eso lo que debía haber hecho. Se mire como se mire, así es como es. Debí hacerlo y no lo hice. Y muchas veces he pensado ojalá pudiera volver allí. Pero no puedo. No sabía que uno podía robar su propia vida. Y no sabía que el beneficio podía ser tan escaso como el que pueda darte casi cualquier otra cosa robada. Creo que hice con mi vida lo mejor que supe pero aun así no era mía. No lo ha sido nunca.

Cormac McCarthy
en No es país para viejos (2005)

Alto riesgo

29 julio 2009

Los tres, sí. Pepe, Antonio y Andrés. Los tres pasaron una noche sin ti. Y sólo uno vive para contarlo.

Una noche sin ti by Leandro on Grooveshark

Operación salida

23 julio 2009

Si vas a salir, ten cuidado. Que no te tengan que sacar. Que no haga falta una operación salida de la operación salida. Que la operación salida no se convierta en una operación rescate. Claro que podría ser aún peor. Podrías llegar a un punto en el que desees quedarte allí, en tu operación salida. Y podrían sacarte, podría arrastrarte el río de los coches. O el de la vida. Así que juega bien con las fechas y los destinos. Y recuerda: si te vas, aunque sea de vacaciones, no tomes la autopista del Sur.

Morado

21 julio 2009

Como los billetes de quinientos euros. Como los nazarenos del Viernes Santo. Como las berenjenas. Como el ajo de Las Pedroñeras. Como las franjas del Real Valladolid. O como la franja republicana de la bandera. Como te pones después de un atracón de buena comida. Como las nubes deshilachadas de algunos atardeceres. O como las marcas de los golpes. En la piel, claro.

¿Eres tú?

14 julio 2009

Ni poesía, ni como el agua de mi fuente. ¿Eres tú quien va a cambiar el mundo? ¿Eres tú quien puede ver luciérnagas y mariposas que revolotean a mi alrededor? Quizá. Pero cuando me hablas a voces, me pones contra la pared.

Luciérnagas y Mariposas by Leandro on Grooveshark

Horror vacui

10 julio 2009

Nulo. Nada. Nadie. Carencia. Luna nueva. Boca de lobo. Eclipse total. Vacío. Negro. O blanco. Folio en blanco. Ausencia. Cero. Cero patatero. Cero al cociente y bajo la cifra siguiente. Si te descuidas, ni siquiera tienes coche.

Partiendo piedras en la prisión

07 julio 2009

No hay derecho, dicen algunos. Vaya si lo hay, ya lo creo que hay. De más. Ahí están, las fundamentales, las orgánicas y las ordinarias. La natural y la positiva. La de enjuiciamiento civil y la de enjuiciamiento criminal. La de contratos del sector público. La de presupuestos y la de medidas de acompañamiento. La de memoria histórica. La mosaica y la coránica. Y la de Dios. La de vida. La de la calle. La del silencio. La del deseo. La del más fuerte. La de la selva. La de Murphy. La del Talión. La del embudo. La de la botella. Y todas las demás. Demasiadas. Más que harto me tienen. Se puede estar dentro, fuera, al filo o al margen. O directamente en contra, aunque seas de poco luchar.


Peligro: narradores sueltos

25 junio 2009

Como si acabara de detectar una amenaza contra la firmeza moral de los reunidos, Ives anuncia:

- Nunca insistiré lo suficiente sobre el peligro que comporta leer esos libros de relatos, en particular los conocidos como novelas. Y espero que la chica que me está oyendo me haga caso. En la institución Bedlam de Inglaterra, así como en la Salpêtrière francesa, hay un número alarmante de jóvenes, en su mayoría del sexo femenino, seducidos hasta más allá del umbral de la locura por esas narraciones irresponsables que no distinguen entre la realidad y la fantasía. ¿Cómo van a juzgar nada esas frágiles mentes? ¡Ay!, todo lector de novelas debe considerarse un alma en peligro, pues ha hecho un trato con el diablo, y despilfarra su tiempo más precioso sin recibir a cambio más que unas excitaciones mentales de la clase más vulgar y despreciable. Comparados con las novelas, los libros de caballerías, que ya fueron bastante perniciosos en su tiempo, se me antojan saludables.

Tomas Pynchon
en Mason y Dixon (1997)

Canciones, causas y consecuencias

02 mayo 2009

Algunas de mis canciones preferidas: Only love can break your heart, de Neil Young; Last night I dreamed that somebody loved me, de los Smiths; Call me, de Aretha Franklin; I don't want to talk about it, de quien sea. Y luego, Love hurts, When love breaks down y How can you mend a broken heart, y también The speed of sound of loneliness y She's gone, y I just don't know what to do with myself y qué se yo. Hay canciones de éstas que he escuchado por término medio al menos una vez por semana (trescientas veces el primer mes, y después de vez en cuando) desde que tenía dieciséis, diecinueve o veintiún años. ¿Cómo no va a dejarte eso magullado por algún sitio? ¿Cómo no te va a convertir eso en una persona fácilmente rompible en mil trocitos, cuando tu primer amor se va al garete? ¿Qué fue primero, la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?

Hay quien se preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que los adolescentes vean vídeos en los que la violencia es moneda corriente; nos da miedo que esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida. Las personas más desgraciadas que yo he conocido, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop. Y no sé si la música pop es la causante de esta infelicidad, pero sí tengo muy claro que han escuchado esas canciones infelices desde hace más tiempo del que llevan viviendo una vida más o menos infeliz. Así de claro.

Nick Hornby
en Alta fidelidad (1995)

No puedo, no puedo

30 abril 2009

Y mira que ya está empezado. Y estructurado. Las ideas ordenadas, los acontecimientos alineados en una sucesión razonable. Podríamos decir que sólo falta elegir las palabras adecuadas y colocarlas en su sitio. Y no todas. Pues nada, imposible. Algo tiene que ver esto con la falta de espontaneidad, seguro. No lo discuto. Pero no es ahí donde quiero llegar, así que esta cuestión queda para otro día. Porque puedes no ser espontáneo. No pasa nada. No está castigado con pena de prisión. No eres un tipo espontáneo, vale. ¿Y qué? Escribe de forma metódica, sistemática o meditada. Sigue unas normas. Rumia. Repasa. O sé artificial, directamente. Lo que sea. Pero escribe. ¿Qué más da que salga un poco forzado? Te recuerdo que eres un escritor aficionado. No hay nadie haciendo noche en la puerta a la espera de tu último prodigio. Así que termina de una puñetera vez ese cuento, que es de lo que se trata. Pero no. Volvemos a lo de siempre. La resaca del partido del domingo. Unas facturillas y unos albaranes en el negocio familiar. Unas compras inaplazables. Una nueva canción que incorporar a la lista de reproducción del YouTube. Un nuevo grupo musical que incorporar a la lista de favoritos del MySpace. El trabajo, siempre el trabajo. Internet, siempre Internet. Media hora subido a la elíptica, dale que te pego, venga a sudar. Los prolegómenos del partido del siglo de esta semana. Un cuento arrebujado en el sofá, total, sólo son tres o cuatro páginas. Otro repaso al correo electrónico. Esa película que llevabas algún tiempo queriendo ver. Lunes, martes, miércoles, jueves. Y nada, coño. Que no encuentro el momento. Que no puedo. Ni una letra.

Diario

Diario de un escritor aficionado y perezoso

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