Propósitos para el año nuevo

28 diciembre 2015

Podría hacer una larga lista, como la que hago todos los años. O podría ir un poco a lo que salga, como acabo haciendo todos los años. O, para variar, podría adscribirme a la escueta lista de buenos propósitos del Sr. Alfaro y tratar de darle cumplimiento, que no parece fácil. De esa lista, podría pasar por alto el quinto y me interesa cumplir, sobre todo, el último. Pero vamos, doy el año por bueno si acierto con los demás.

Vuelta a los clásicos por Navidad

23 diciembre 2015

Siempre merece la pena volver a los clásicos, pero a los clásicos también hay que darles una vuelta. Que no es lo mismo. Darles una vuelta por la ciudad para que se aireen un poco, ahora que refresca. Darles vuelta y vuelta, para sellarlos sin que se pasen, que no pierdan su jugo. Darles una vuelta sobre sí mismos y mirarlos por detrás. Y sobre todo, darles una vuelta de tuerca. 

¿Y acaso hay algo más clásico que la Navidad? Quizá sea por eso por lo que volvemos a ella una y otra vez. Es clásica ella, en sí misma, y a su vez está llena de clásicos: villancicos clásicos, las clásicas reuniones familiares, las clásicas cenas de empresa, cenas y comidas clásicas, el clásico árbol con sus clásicas bolas y estrellas, los clásicos regalos. La Navidad difícilmente nos sorprenderá, sabemos lo que podemos esperar de ella. Es fiable. Es como un pequeño refugio al final del año.

Perfecto. Entremos pues en el refugio, sentémonos delante del fuego y abramos un libro. ¿Cuál? Bueno, para aquéllos que no quieran abandonar la senda de lo tradicional, aquí dejo este breve clásico navideño, con su correspondiente vuelta. De tuerca, por supuesto.

Relájense. No se lo tomen demasiado en serio. Pasen una feliz Navidad.

Algunas leyendas negras sobre los abogados

09 diciembre 2015

(...) Había otro asunto que lo tenía a la sazón un poco perplejo. Yo le había dicho que algunos hombres de nuestra tripulación habían salido de su país a causa de que habían sido arruinados por la «ley», palabra ésta cuyo significado le había explicado ya; pero no alcanzaba a comprender cómo era posible que la ley, creada para la protección de todos los hombres, pudiera causar la ruina a ninguno. Por consiguiente, me rogaba que le explicase mejor lo que quería decir cuando le hablaba de la ley y de los que la administraban, con arreglo a lo que era práctica en mi país, porque él suponía que la naturaleza y la razón eran guías suficientes para indicar a un animal racional, como nosotros pretendíamos ser, qué debíamos hacer y qué debíamos evitar.

Aseguré a su señoría que la ley no era ciencia en que yo fuese muy ducho, más allá de contratar los servicios de abogados en vano, con ocasión de algunas injusticias cometidas contra mí; sin embargo, trataría de satisfacerlo en la medida de lo posible.

Le dije que entre nosotros existía una sociedad de hombres, educados desde su juventud en el arte de probar con palabras multiplicadas con ese propósito, que lo blanco es negro y lo negro es blanco, según para lo que se les paga. Para esta sociedad, el resto de las gentes son esclavas. Por ejemplo: si a mi vecino se le antoja mi vaca, contrata a un abogado que pruebe que debería quitármela. Entonces tengo que contratar a otro para que defienda mi derecho, pues va contra todas las reglas de la ley que se permita a nadie hablar por sí mismo. Mas en este caso, yo, que soy el propietario legítimo, cuento con dos grandes desventajas. La primera es que, como mi abogado se ha ejercitado casi desde la cuna en defender la falsedad, está fuera de su elemento cuando quiere abogar por la justicia (oficio que no le es natural) y lo hace siempre con gran torpeza, si no con mala fe. La segunda desventaja es que mi abogado debe proceder con gran precaución, pues de otro modo le reprenderán los jueces y lo aborrecerán sus colegas, como a quien rebaja el ejercicio de la ley. Por tanto, no tengo más que dos medios para defender mi vaca. El primero es ganarme al abogado de mi contrincante pagándole el doble de sus honorarios, para que traicione a su cliente insinuando que la justicia está de su lado. El segundo procedimiento es que mi abogado dé a mi causa tanta apariencia de injusticia como le era posible, reconociendo que la vaca pertenece a mi contrincante; esto, si se hace diestramente, conquistará sin duda el favor del tribunal.

Ahora bien, debe saber su señoría que estos jueces son personas designadas para decidir en todos los litigios sobre propiedad, así como para juzgar a los criminales, y que son seleccionados de entre los abogados más hábiles cuando se han hecho viejos o perezosos; y como durante toda su vida se han inclinado en contra de la verdad y la equidad, sienten tal necesidad de favorecer el fraude, el perjurio y la opresión, que he sabido de varios que prefirieron rechazar un cuantioso soborno de la parte a la que asistía la justicia antes que injuriar a la profesión haciendo cosa impropia de la naturaleza de su cargo.

Estos abogados siguen la máxima de que cualquier cosa que ya se haya hecho antes puede volver a hacerse legalmente; y, por lo tanto, ponen especial cuidado en documentar todas las resoluciones anteriormente tomadas contra la justicia común y contra la razón corriente de la Humanidad. Las sacan a colación, con el nombre de «precedentes», como autoridades para justificar las opiniones más inicuas; y los jueces no dejan nunca de fallar conforme a ellas.

Cuando defienden una causa evitan cuidadosamente cuanto signifique entrar en sus méritos; pero son vociferantes, violentos y tediosos sobre todas las circunstancias que no hacen al caso. En el ejemplo antes mencionado, nunca procuran averiguar qué derechos o títulos tiene mi adversario sobre mi vaca, sino si dicha vaca es colorada o negra, o si sus cuernos son largos o cortos; si el campo donde la llevo a pastar es redondo o cuadrado, si se la ordeña en casa o fuera, qué enfermedades padece, y cosas por el estilo; después de lo cual consultarán precedentes, suspenderán la causa una y otra vez, y a los diez, o a los veinte, o a los treinta años, se alcanzará el desenlace.

Asimismo debe observarse que esta sociedad posee una extraña jerigonza y jerga propia, que ninguno de los demás mortales puede entender, y en la cual están escritas todas las leyes, que tienen buen cuidado de multiplicar, con lo que han conseguido confundir totalmente la esencia misma de la verdad y la mentira, el bien y el mal, de tal modo que se tardará treinta años en decidir si el campo que me han dejado mis antepasados durante seis generaciones me pertenece o pertenece a un extraño que se halla a quinientos kilómetros de distancia.

En los juicios de personas acusadas de crímenes contra el Estado, el método es mucho más corto y recomendable: el juez manda primero a sondear la disposición de quienes ostentan el poder, y luego puede con toda comodidad ahorcar o absolver al criminal, cumpliendo rigurosamente todas las formalidades legales.

Aquí mi amo me interrumpió afirmando que era una lástima que seres dotados de tan prodigiosas habilidades mentales como estos abogados, según la descripción que yo de ellos hacía, no se dedicasen más bien a instruir a los demás en sabiduría y conocimiento. En respuesta a lo cual aseguré a su señoría que en todas las materias ajenas a su oficio eran ordinariamente el linaje más ignorante y estúpido, los más despreciables en la conversación corriente, enemigos declarados de todo conocimiento y estudio, y del mismo modo dispuestos a pervertir la razón general de la Humanidad en todas las demás materias, al igual que en su profesión.


Johnatan Swfit
en Los Viajes de Gulliver (1726)

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