A por ellos

13 diciembre 2010

Aún no se me ha pasado el susto de que mi hija cumpliese catorce años, y viene mi hijo con la ocurrencia de alcanzar la docena. Necesito un respiro. Y aunque siempre habrá quien piense que han sido (que hemos sido, en realidad) arrojados a este mundo como un perro sin hueso, yo prefiero seguir viéndolos cabalgar a lomos de su propia vida, como jinetes en la tormenta. Y que dure.

Buenas notas y días mejores

30 noviembre 2010

Sobresaliente alto. En matemáticas. En física. Y en química. En geografía. En historia. Y en historias diversas. En literatura. En lengua. En humanidades varias. Y en música, claro. O el día de la Región de Murcia. Y el de La Rioja. El día del Geólogo en Argentina y el de la Unidad de Todas las Razas en los Estados Unidos de América. Toma ya. San Efrén, San Primo, San Feliciano, San Ricardo, San Columbo, San Vicente, Santa Amada, Santa Pelagia y Beatos José de Anchieta y Ana María Taigi. El óbito de Charles Dickens. El cumpleaños de Curzio Malaparte. El debut cinematográfico del pato Donald. O el aquel día que. Que sí, que esto aún no se ha acabado. Que habrá más.

Como anillo al dedo

16 noviembre 2010

Volvió a mirar el precio. Eran dos meses de sueldo. Luego miró a la vendedora y dijo las palabras mágicas: me lo llevo. Era barato. Al fin y al cabo, ¿qué podía pagar con dos sueldos? El alquiler, la manutención básica y tres cafés. O ese anillo. Era perfecto. Mientras pagaba, solo pensó en lo bien que quedaría en el dedo de Luisa. Y al llegar a casa, no pudo esperar más. Abrió el congelador, sacó el paquete y retiró el papel de aluminio. No se había equivocado: era perfecto.


Publicado en el libro
Erase una vez... un microcuento
VV.AA., Ed. Diversidad Literaria
Madrid, mayo 2013

Últimas voluntades

02 noviembre 2010

En las fechas que corren, es raro que no se plantee la cuestión. ¿Qué quiero que se haga con mis restos cuando sean sólo eso, restos? Mis ancianas y venerables tías se hicieron construir un panteón familiar en un lugar alto y soleado del cementerio; un panteón en el que desde hace unos años por fin reposan mis abuelos, sobre cuyo traslado y sus pormenores me reservo el derecho a escribir unas líneas cualquier día de éstos. Para algo ha de servirme la condición de depositario de marrones familiares diversos. Mi suegro quiere que esparzan sus cenizas por su finca; mi padre, por una finca que fue suya. Mi madre sigue investigando si la cremación es compatible con la anunciada resurrección de los muertos. Mi cuñada pretende que pongamos sus cenizas en el salón, en una repisa o sobre la tele, con una leyenda que rece «Estoy hecha polvo». Y a mi hermano le gustaría que en su funeral suene Devuélveme la vida, a ser posible cantada por Malú. Hay gente para todo. Sí, podéis burlaros. Yo también lo hacía. Pero conforme se van cumpliendo años, se va uno dando cuenta de que la cuestión no deja de tener su importancia. Y su inminencia, todo hay que decirlo. Así que yo también he pensado lo que quiero que se haga con mis restos mortales, y una vez comprobado que no me dejarán esparcir mis pobres cenizas por el césped del estadio Santiago Bernabeu [nos ponemos de pie], dejaré dispuesto que se me deposite en una urna cineraria, sobre una estantería del Bar Plaza, en Celanova, entre la botella azul de Bombay Saphire y un tercio de Estrella Galicia. «Aquí descansa Leandro, donde ya en vida estuvo descansando». Sí, lo sé, habría quedado mucho mejor si me hubiese llamado Fernando, pero me llamo como me llamo y eso tiene mal arreglo ya. Y de todas formas, pienso que esa rima asonante no viene del todo mal; es todo un ripio de azulejo de bar, muy apropiado para la finalidad perseguida. Antes de dejar las cosas así dispuestas necesitaré, huelga decirlo, el beneplácito mancomunado de Benito y Javi, o de Javi y Benito, que tanto monta, pero pienso que no habrá obstáculo insalvable que me impida obtenerlo, máxime si se tiene en cuenta que igualmente preveo disponer una manda testamentaria a su favor con el loable fin de que, en cada aniversario de mi nacimiento y de mi deceso, a eso de las siete de la tarde, se invite a una generosa ronda a los paisanos presentes en el establecimiento, a cambio tan sólo de un modesto responso y de la lectura de unos versos que aún tengo pendiente de seleccionar. Se admiten sugerencias al respecto. En todo caso, insisto: la cuestión tiene su importancia, y es conveniente dejar las cosas bien dispuestas para evitar desarreglos y equívocos. ¿Pueden evitarse, por cierto? Mucho me temo que no. Y eso es lo malo de todo esto: ser víctima de una confusión macabra y acabar en el bar equivocado. En el bar equivocado, en el mejor de los casos. Todo es susceptible de empeorar.

Delfines, fines, finales y puntos finales

24 septiembre 2010

Posible ecuación imposible: el (supuesto) crecimiento del conjunto de los lectores conlleva un indeseable incremento del número de escritores. Pero el incremento del número de escritores comporta una disminución inversamente proporcional del conjunto de los lectores, cuyo límite tiende a cero. O algo así. Me parece que alguien está intentando decirnos algo. ¿No será mejor pensarlo dos veces? ¿O dos veces más? ¿No habrá llegado el momento de dejarlo estar de una vez?

Ejercite su memoria

21 septiembre 2010

Un programa doble con tu abuelo en el cine Rosales. Una fiesta de fin de curso, como protagonista o como espectador. Un atardecer en la carretera. Una noche solo en una solitaria habitación de hotel. El primer beso. O el último. Aunque parezca obvio, a veces lo perdemos de vista: los recuerdos sirven, entre otras cosas, para conjurar el olvido. Todos, los buenos y los malos.

Mala comida y raciones pequeñas

12 septiembre 2010

¿Quién conoce de verdad el sentido de la vida? Aparte de ellos, claro. O de él. La mayoría de nosotros, sin embargo, no termina de aclararse con este asunto. O no del todo. Demasiadas preguntas. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Existe Dios? Puede que ésta sea la pregunta clave. Yo creo que sí, pero… ¿cómo saberlo? ¿Cómo estar absolutamente seguro? Y sobre todo, ¿cómo encontrarlo? Puedes valerte de la teología. También puedes recurrir a la oración. O confiar en la fe. Y si nada de eso funciona, puedes contratar un buen detective. Más que nada, para acabar de una vez por todas con las dudas.

Para músicos, actores y exégetas en general

06 septiembre 2010

Una partitura. Una canción. Un papel protagonista. O secundario. Los sueños. Las señales. Los síntomas. Los resultados de una encuesta. Las cifras macroeconómicas. Un texto. Un texto sagrado. Una frase. Una palabra. Un gesto. Una situación. Casi todo es interpretable. La cuestión es no interpretarlo mal.

Deprisa, deprisa

27 agosto 2010

Mi padre se dedicó a ellos, sin embargo, con la mayor diligencia, avanzando paso a paso en cada línea, con el mismo cuidado y circunspección (aunque no cabe decir que con el mismo concepto religioso) que el que utilizara Juan de la Casa, el Arzobispo de Benevento, cuando compuso su Galateo; para lo cual Su Eminencia de Benevento tardó casi cuarenta años; y cuando por fin quedó concluida su obra no era ni la mitad de grande ni de gorda que el almanaque de Rider. Cualquier mortal pensaría entonces que el santo varón se había pasado el tiempo atusándose los bigotes o jugando al primero con su capellán, sin llegar a conocer la verdadera causa de la lentitud; pero vale la pena explicárselo al mundo, aunque sólo sea para animar a los escasos mortales que escriben no tanto para ganarse el sustento cuanto para ganarse la fama.

Bien sé que si Juan de la Casa, el Arzobispo de Benevento por cuya memoria (a pesar de su Galateo) siento el mayor respeto, hubiera sido un clérigo de poca monta, duro de mollera y demás, él y su Galateo habrían podido durar lo mismo que Matusalén, que por mí su caso no habría valido un paréntesis en mi libro.

Pero resulta que es precisamente todo lo contrario: Juan de la Casa fue un hombre genial, de gran imaginación; y sin embargo y a pesar de esas ventajas con que le favoreciera la naturaleza y que habrían debido hacerle volar a él y su Galateo, se encontraba al propio tiempo impotente para avanzar a mayor velocidad de una línea y media en día de verano: esa falta de ligereza le venía a Su Eminencia de una opinión que le afligía, y era que tenía el convencimiento de que cuando un cristiano se ponía a escribir un libro (máxime cuando no lo hacía para sí) con intención y propósito, bona fide, de imprimirlo y publicarlo, sus primeros pensamientos estaban siempre inspirados por las tentaciones del Malo. Eso cuando se trataba de escritores ordinarios, que si el escritor era un personaje venerable y encumbrado, ya fuera eclesiástico u hombre de Estado, en cuanto tomaba la pluma entre los dedos, todos los demonios del infierno acudían a sobornarle y seducirle. En cuanto llegaban, se acabó: todo pensamiento, desde el primero hasta el último, se hacía capcioso; por bueno y honesto que fuera; lo mismo daba; bajo cualquier color o aspecto que se presentara a la imaginación, seguía siendo un golpe asestado por uno de ellos, y contra el cual había que ponerse en guardia. Así pues, la vida del escritor, aunque a él se le antoje lo contrario, no consiste tanto en componer como en luchar; y la prueba que ha de superar, como la de cualquier militante de la tierra, consiste no tanto en tener más o menos ingenio o talento, sino en saber resistir.

Laurence Sterne
en Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero (1759-1767)

¿O es que acaso hay alguien más aquí?

27 julio 2010

Da igual cómo tengas los pies, que alguien comulgue con tus ruedas o si te han tumbado de una pedrada. Sólo eres un gigante cuando tienes que luchar contra tí mismo. Y a nadie le importa si ganas o si pierdes.

El sueño de los escaparates

28 junio 2010

Una tarde de principios de verano, a la sombra, junto a la piscina, contemplando la felicidad pasajera de los que vienen a ocupar nuestro lugar, y ahogando las emociones, intensas, contenidas, en un gintonic con hielo abundante y unas gotas de limón exprimido. O en ron añejo. O en whisky. O en lo que sea, pero con hielo. Siempre con hielo. Creo que eso es todo lo que podemos ser. Nada mejor. Nada más.

Cuando las cosas se hacen por principios

24 junio 2010

Un día decides ser tú mismo y llevar esa máxima hasta sus últimas consecuencias. Y contra todo pronóstico, las cosas te van bien. Se podría decir, incluso, que muy bien. Haces fortuna. Pero, ¿qué fortuna es suficiente para ti? ¿Qué fortuna es suficiente para nadie? Quieres más. Te metes con tus colegas en una espiral de créditos que ninguna de vuestras grandes corporaciones puede cobrar ni pagar. Falseas el valor de tus activos con tasaciones de ciencia ficción. Juegas con el dinero de los demás y te quedas una parte a comisión. Y ahora, cuando las cosas van mal, todos te señalan. ¿Por qué? ¿Qué has hecho tú para merecer semejante descrédito? Al fin y al cabo, tú sólo luchabas para liberar a los hombres de los múltiples yugos que los oprimen, como el buen anarquista que eres; el único anarquista auténtico que, en el fondo, siempre has sido y sigues siendo.

Agárrame ese fantasma

21 junio 2010

Si nos ponemos a pensar, seguro que en la transición política encontramos más de uno. Y en la transición defensa-ataque también se me ocurren varios. Pero en esta transición del frenesí al sosiego, de la epilepsia a la narcolepsia, del ruido a las nueces, de la trepidación a la calma, de las guitarras a las voces. En esta transición, digo, ¿quién es el fantasma?



Caminantes o caminados

15 junio 2010

Entonces, ¿al andar se hace camino y se hace camino al andar, o es la vida la que te lleva por caminos raros? Supongo que esa es la cuestión. O una de las cuestiones. Y supongo que no es de las más sencillas. Parece que hará falta un ingeniero para resolverla. De caminos, por supuesto. Ustedes me disculparán este trozo averiado del día. Es que en mi barrio, al doblar la esquina, también hay un bar que se llama Las Vegas.

Me lo acaban de volver a decir

10 junio 2010

«Holaaa, estamos llamando por mandato de MoviStar a los usuarios de Nokia 5800. ¿Dispone usted de este modelo de terminal, no es cierto?»

«Sí»

«¿Podría hacerle unas preguntas?», el acariciador acento argentino me transporta al otro extremo de la línea, desde donde Valeria Mazza o Natalia Verbeke, qué menos, se dirigen a mí cómodamente recostadas en el sofá de su pieza.

«Sí, sí, por supuesto, faltaría más», y aquí es donde aparece el hombre que todo hombre lleva dentro, ridículo donde los haya.

«¿Podría decirme su edad?»

«Cuarenta y tres años»

«Muy bien, señor. Hemos terminado. Muchas gracias. Que tenga usted un buen día»

Llamo la atención sobre el hecho de que ser viejo podría considerarse un grave inconveniente para que un tercero te pueda tomar, siquiera sea como consecuencia de su mal gusto o su escasa formación lectora, por una joven promesa de la literatura. Y no está de más que alguien nos lo recuerde de vez en cuando, no.

Dolor de cabeza

08 junio 2010

Cuando los placeres de la carne se obstinan en parecer poco placenteros. Cuando no quieres ir al colegio. Cuando no quieres ir a trabajar. Cuando no quieres ir al colegio a trabajar. Cuando tratas de esquivar, a la desesperada y con un solo regate en dirección a la playa, a los otros doscientos diecisiete invitados a la Primera Comunión del hijo del director del departamento de marketing de la empresa en la que tu pareja estuvo trabajando hasta el mes de febrero. Cuando descubres por enésima vez, y por enésima vez demasiado tarde, que «¿tienes un minuto?» es sólo una pregunta retórica. Cuando no encuentras la punta por la que empezar a explicar tantas cosas. Cuando la vida te ha vuelto a ganar uno a cero en el descuento, o de penalty injusto, o por goleada, y al volver a casa intentas evitar a toda costa que se den cuenta. O cuando te duele de verdad, claro. Pero entonces ya no se lo cree nadie.

Abolladuras

01 junio 2010

Choques. Golpes. Tropezones. Batacazos. Malas noches. Y peores amaneceres. Pasos atrás. Pequeños fracasos. O grandes. Y grandes pérdidas, porque todas las pérdidas son grandes, como todas las caídas son malas. Amenazas. Crisis. Un poco menos de esto. Bastante menos de aquello. ¿Y qué? Mi coche también está abollado y sigue andando. Mis hijos quieren que lo cambie por otro mejor, pero el caso es que sigue andando. A veces marcha atrás, otras hacia delante. Pero sigue andando. Lo importante es que el motor funcione. Y el Espíritu del Desagüe, que diga lo que quiera.

Un poco de orden, por favor

18 mayo 2010

Noche del cometa. He estado en compañía de Blei, su mujer y su hijo, a ratos me he oído a mí mismo desde mi propio interior, en ocasiones como si fuera el maullido de un gatito, pero qué se le va a hacer.

Hoy hace exactamente cien años que Fran Kafka escribió esto en su diario. Bueno, si hacemos caso al propio Kafka, hoy se cumplirían cien años y un día, porque él encabezó la entrada con la fecha 17/18 de mayo. Pero Kafka se equivocó. La noche del cometa, por aquél entonces, no fue la del 17 al 18 de mayo, sino la del 18 al 19. Era miércoles.

¿Quién era Blei? Franz Blei (1871-1942) fue un escritor alemán, editor de la revista Hyperion, en la que Kafka había publicado algunas de sus primeras narraciones en 1908 y 1909. Un amigo. Un aliado.

¿Qué hacía Franz Kafka con Blei y su familia? Pues parece ser que estaban en el Laurenziberg, observando la llegada del cometa Halley a la Tierra. O mejor dicho, su paso por las inmediaciones, porque si efectivamente hubiese llegado, mucho me temo que ni Kafka habría dejado constancia del hecho, ni yo estaría aquí divagando sobre el particular. Se acerca el cometa arrastrando su larga cola de terrores, expectativas, especulaciones cósmicas y misterios siderales, y el bueno de Franz sólo se oye a sí mismo desde su propio interior. Concretamente, se oye como si fuera el maullido de un gatito. Qué se le va a hacer.

Ésta no es la primera entrada del diario de Franz Kafka, pero sí la primera datada. Ya ves, la primera vez que pone la fecha en su diario y se equivoca de día. Los genios son así, como el fútbol. A mí jamás me pasará eso. Y no porque yo no sea un genio. Ojo, que no quiero decir con esto que yo lo sea; más bien tiendo a pensar que no. Lo digo porque a mí las entradas me las fecha el Sr. Blogspot. O el Sr. Blogger, como se llame. Y porque no recuerdo dónde estaba la última vez que pasó el cometa. Ni siquiera recuerdo cuándo paso, y no pienso ir a buscarlo en Google. Lo único que recuerdo es que el mundo no se acabó entonces. También espero que no acabe en los próximos días. Aún me quedan unas cuantas cosas por hacer.

Bien. Como decía, no es la primera entrada de Kafka en su diario. Antes de esa hay otras quince. Quince entradas y dos dibujos, todos producto de la misma mano. Pero no están fechados, así que de momento los vamos a ignorar. Porque los diarios de Kafka no están ordenados cronológicamente. O no del todo. Para que os hagáis una ligera idea, hablamos de doce cuadernos de entre veinte y cincuenta y ocho páginas, dos legajos de tres y seis hojas sueltas respectivamente, y otros cuatro cuadernos o diarios de viaje. Los dos legajos, al parecer y atendiendo a las fechas, irían situados entre los cuadernos noveno y décimo. Los cuadernos se ordenan atendiendo a la fecha más antigua que consta en cada uno de ellos, pero casi todos contienen entradas anacrónicas. Kafka no siempre esperaba a terminar un cuaderno para empezar a escribir en el siguiente; los dejaba incompletos, y algún tiempo después completaba esos espacios con otras entradas. Por su parte, los cuatro diarios de viaje no son correlativos a los otros doce cuadernos. Por decirlo de alguna forma, son paralelos; Kafka fue compaginando unos con otros. El resultado, cuentan, es una genial amalgama de entradas biográficas, fragmentos de corte narrativo, ejercicios de estilo, borradores sucesivos de un mismo texto, pequeños relatos, citas, resúmenes, glosas, referencias íntimas, pasajes incomprensibles e incluso dibujos. Y todo eso, sin orden ni concierto. Fabuloso.

Evidentemente, el diario de un genio es mucho más interesante que el de un escritor aficionado y perezoso. Eso salta a la vista. Así que me dispongo a leer estos diarios, o cuadernos, o apuntes, o lo que sean. Pero yo, como soy un tipo ordenado, prefiero seguir la secuencia temporal. Tendré que ir dando saltos hacia delante y hacia atrás, cierto, pero dispongo de un fantástico índice cronológico del que pienso valerme sin ningún escrúpulo. Empiezo hoy, y continuaré leyendo las sucesivas entradas en las mismas fechas en que Kafka las escribió. Con cien años de diferencia, eso sí. Las entradas sin fecha las iré intercalando en los huecos que dejen las datadas. Enfermizo, ¿verdad? Me da igual. Si Dios quiere y el tiempo no lo impide, terminare el 12 de junio de 2023. 12 de junio, última entrada de los diarios fechada por el propio Kafka. Un año y un día antes de su entierro en el cementerio de Straschnitz (Praga). Confiemos en que no se repita la historia conmigo, porque entonces aún seré demasiado joven para morir. Como todo el mundo, a cualquier edad: siempre parece uno demasiado joven para morir.

(Fuente: Franz Kafka, Obras Completas Tomo II, Diarios y Carta al padre; edición de Jordi Llovet para Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores)

gintonic para todos

16 abril 2010

La soledad es relativa. Y sus secuelas, también. No siempre es maldita la condición de solitario. Se cuentan por legión los admiradores del Llanero, los aficionados a jugarlo con baraja francesa o española, y las mujeres felices después de recibir uno como regalo. En fin… de mis soledades vengo, a mis soledades voy. Y ya sabes: si Soledad te invita a un trago, quiere decir que va a cerrar.

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Furtivos

31 marzo 2010

Mayor o menor. Montería o cetrería. Con perros o con aves de presa. A pié o a caballo. A rececho, de espera, reclamo u ojeo. En el monte o en un coto. Al vuelo o al borde del área. O en los bares. Es tiempo de caza. Y si me tengo que comer tu corazón, que sea con azúcar.

¿Dónde coño os habéis metido?

23 marzo 2010

Las llaves. El corazón. El carro. Madeleine. Marta. La Atlántida. El Santo Grial. El Arca de la Alianza. O la de Noé. Por eso hubo alguien que inventó el GPS. Porque antes, al coger el teléfono, preguntabas «¿quién es?». Y ahora, «¿dónde estás?»

Sin palabras

16 marzo 2010

Un clásico. O un lugar común. En 1988, en 1995 o en 1999. Porque siempre es igual: cuando no digo nada en absoluto, es que estoy callado. Callado. En silencio. ¿En qué estoy pensando? En nada. Estoy en mi caja de la nada. Insisto: en mi caja de la nada. Nada tengo que decir.

Algunas reflexiones ante la posibilidad de morir

13 marzo 2010

Me preocupa la perspectiva de morir a mitad de temporada de esa forma, aunque soy consciente de que con toda probabilidad moriré en algún momento comprendido entre agosto y mayo. Todos tenemos la ingenua aspiración de que, cuando nos vayamos de este mundo, no dejaremos ningún cabo suelto por ahí: habremos hecho las paces con nuestros hijos, les habremos dejado felices, bien asentados en el mundo, y habremos conseguido más o menos todo lo que queríamos conseguir a lo largo de la vida. Es una soberana estupidez, por supuesto. Los hinchas de fútbol que contemplan su propia mortalidad saben de sobra que es una estupidez. Quedarán cientos de cabos sueltos. Es posible que muramos la víspera de que nuestro equipo por fin juegue en Wembley, o al día siguiente del partido de ida de una eliminatoria de la Copa de Europa, o en plena campaña por el ascenso, o en medio de una cruda batalla por evitar el descenso de categoría. Y teniendo en cuenta las diversas teorías que existen sobre la vida en el más allá, tenemos todas las papeletas de no llegar a saber nunca cuál fue el resultado. Todo lo que realmente cuenta acerca de la muerte, en términos metafóricos, es que casi con toda seguridad nos sucederá antes de que obtengamos los grandes trofeos a que aspiramos. Aquel hombre tendido en la acera, tal como comentó el Rana en el camino de vuelta a casa, no llegaría a saber si el Palace permaneció en Primera División al final de la temporada; tampoco llegaría a saber que el Palace no ha dejado de subir y bajar de categoría durante los veinte años siguientes, que han cambiado los colores del uniforme al menos una docena de veces, que llegarían a jugar una final de Copa, que terminarían jugando los partidos con la inscripción «VIRGIN» en la camiseta. Pero así es la vida.

No me gustaría morir a mitad de temporada. Por otra parte, soy uno de los que seguramente serían felices, creo yo, si mis cenizas fueran esparcidas sobre la hierba de Highbury (aunque también comprendo que hay restricciones en este sentido: son demasiadas las viudas que contactan con el club para cumplir el último deseo de sus difuntos esposos, y existe el temor de que el césped no responda favorablemente ante el contenido de la cantidad de urnas que se vaciarían en el campo). Sería muy grato pensar que quizá pueda permanecer en suspenso dentro del estadio de una forma u otra, para ver al primer equipo un sábado y al filial el sábado siguiente; me gustaría tener la certeza de que mis hijos y mis nietos serán hinchas del Arsenal, y de que podré ver los partidos junto a ellos. No me parece una mala manera de pasar la eternidad. Y no me cabe duda de que preferiría que mis cenizas fueran esparcidas por la Banda Este, en vez de en el Atlántico o en una montaña cualquiera.

Tampoco querría morir inmediatamente después de un partido, claro (como le pasó a Jock Stein, seleccionador nacional de Escocia, que murió después de que su equipo ganase a Gales y se clasificara para jugar la fase final de los Mundiales, o como el padre de un amigo, que murió hace unos años al término de un Celtic - Rangers de Glasgow). De alguna forma, parece un exceso pensar que el fútbol sea el único contexto adecuado para la muerte de un hincha (y no me refiero a las muertes de Heysel o Hillsborough, de Ibrox o Bradford: ésas fueron tragedias de índole muy diferente). No me gustaría que me recordasen con un meneo de cabeza y una sonrisa cariñosa, dando a entender que ésa sería la forma de morir que yo habría elegido, suponiendo que pudiera elegir. Siempre me quedaré con la gravedad de lo serio antes que con la congruencia más ramplona.

A ver si lo aclaramos de una vez. No quisiera estirar la pata en Gillespie Road después de un partido, porque podría ser recordado como un excéntrico; sin embargo, por excéntrico que sea, quiero flotar sobre Highbury en calidad de espíritu incorpóreo, y ver los partidos del filial durante el resto de la eternidad. En cierto modo, estos dos deseos —a primera vista incompatibles, e incomprensibles, supongo, para todo el que no tenga una fijación equivalente— son característicos de los obsesos, epítome de su gran dilema. Aborrecemos que nos traten con cierto paternalismo (hay personas que sólo me conocen en mi vertiente de maníaco compulsivo, que me preguntan con paciencia y lentitud, con monosílabos, qué tal estuvo el Arsenal y, acto seguido, se vuelven a hablar con otra persona de la vida en general, como si el hecho de ser un hincha descartase de plano la posibilidad de formar una familia, tener un trabajo o expresar una opinión acertada sobre la medicina alternativa); aunque nuestra demencia implica que la condescendencia ajena sea casi inevitable. Me lo conozco al dedillo, y pese a todo deseo lastrar a mi hijo bautizándolo con los patronímicos de Liam Charles George Michael Thomas. En fin, supongo que me lo tengo merecido.

Nick Hornby
en Fiebre en las gradas (1992)

Valga la redundancia

09 marzo 2010

Como algunas películas antiguas, sobre todo en Navidad. Como los hábitos y las costumbres. Como los uniformes. Como las muletillas y las cantinelas. Como la rima consonante. Como los estribillos. Como las jugadas más interesantes. Como la piedra en la que siempre tropezamos dos veces. Como los lugares comunes y las frases hechas. O como el ajo. Ojo con la historia, que también se repite.

He dicho que no

07 marzo 2010

Como el narrador, él también era uno de esos abogados sin ambición que nunca se dirigen a un jurado o solicitan de algún modo el aplauso público. Y como el narrador, también tuvo ocasión de conocer a Bartleby y aprender el más preciso y demoledor uso de la palabra preferir. Otra cosa es que lo haya practicado tanto como hubiera sido deseable. Una de las cosas que se pueden lamentar en esta vida, es que la figura de Bartleby no aparezca un día en tu puerta, pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada. Si aparece, no dejéis escapar la oportunidad

Amigos de lo ajeno

02 marzo 2010

Sin garras ni colmillos. Sin sábanas ni cadenas. Sin vendas ni verrugas. Sin costuras ni tornillos en las sienes. Sin temor a los crucifijos, ni a los ajos, ni a las estacas, ni a las balas de plata, ni a la luz del sol. Sin doce de la noche ni luna llena. Sin criptas ni bosques oscuros como boca de lobo. Pero monstruos, que conste. Lo dejó escrito Lev Tolstoi el 14 de julio de 1891.

La mente del monstruo by Leandro on Grooveshark

El peligro acecha a la vuelta de cualquier esquina

20 febrero 2010

Advertencia!

La utilizacion de este producto implica cierto riesgo para el usuario. Los usuarios de este producto deben asumir todos los riesgos de herida. Compruebe que el material está en buen estado antes de cada utilización. Cualquier movimiento que comporte caídas, saltos y/o una noción de caída o de salto puede ser peligroso y puede causar heridas graves. Las personas utilizan este producto por su cuenta y riesgo. Cualquier actividad de este tipo debe practicarse bajo atenta vigilancia.

Literal. ¿Qué peligroso artilugio has metido en tu casa? ¿Lo has puesto fuera del alcance de los niños? ¿Te atreverás a utilizarlo después de leer este severo aviso? ¿Mantendrás el temple? ¿Conservarás el valor? ¿Detrás de qué se puede esconder semejante amenaza? ¿Qué puede merecer tamaña advertencia? Consumidor, ¿pero qué has hecho? ¿Qué has comprado? Esto:

El tamaño de las cosas

17 febrero 2010

Un clip. Una canica. Un botón. Un ábside románico. Una cerveza helada con dos dedos de espuma. Unas aceitunas. Un alfiler. Un sacapuntas. Un lápiz. Un cuaderno de deberes. Un boletín de notas. Un imperdible. Un gol. Un triple sobre la bocina. Una cucharilla. Un bombón. Un beso. Una horquilla. Una aguja. Un pajar. Una palabra. Una frase. Un cuento. Una copa de vino. Una tapa de queso manchego. Una viñeta. Una pieza de Lego. Un click de Playmobil. Una videoconsola. Una pegatina. Una sonrisa. Una fotografía. Una mirada. Una ventana con vistas al mar. Un cielo limpio después de la lluvia. Una lágrima. Un billete de tren. Una entrada para la sesión de las cinco. Un plano secuencia. Un par de dados. Una moneda. Un sello. Una carta. Un mensaje de correo electrónico. Una página. Una historia. Un acorde. Una canción. Esta canción.

Mostaza

10 febrero 2010

Negra, parda, amarilla, blanca, de Meaux, alemana, bordelesa y de Dijon. Buena para las salchichas alemanas, la carne asada, los perritos calientes y las hamburguesas. Y en dosis mínimas de un grano, para la fe. Aunque pique. Los que somos poco prácticos, bastante improductivos y en absoluto mágicos, nos preguntamos de vez en cuando, además, por sus propiedades musicales. Que las tiene, seguro

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El primer cuento

06 febrero 2010

Siempre recuerda la fecha exacta, porque en su carpeta de viejos recortes de prensa aún conserva las dos páginas centrales del ABC en las que lo encontró por casualidad, una calurosa y aburrida tarde de verano. Ocho de agosto de mil novecientos ochenta y cinco. Hasta entonces las cosas habían sido bastante sencillas. Lo que estaba bien, estaba bien, y lo que no, estaba mal. Los cuentos eran para niños, y los telediarios, para adultos. Y de repente, todo empezó a complicarse. Ahí, en medio del aburrido periódico que compraba su padre todos los días, justo en el centro, había un cuento. Y no era aburrido; era violento, sensual, pendenciero, arrastrado y sorprendente. Y tampoco era para niños, de eso se dio cuenta en seguida.


Maneras de vivir

01 febrero 2010

En avión, en barco, en tren, en coche, en moto, en autobús o en metro. En vuelos baratos o en bussines. En primera o en segunda. De placer, de trabajo o de negocios. En régimen de todo incluido, con paquetes organizados, en circuitos temáticos o por libre. Incluso con Google Maps, canal Viajar y National Geographic. Despacio, con prisas, a la velocidad del sonido o a la velocidad de la luz. O con la velocidad del pensamiento. Se vive como se viaja. Y parece evidente que Mr. Hawking, sin bajar de su silla de ruedas, ha viajado mucho más lejos que la inmensa mayoría de nosotros.

Stephen Hawking by Leandro on Grooveshark

Volaron los manteles

21 enero 2010

No tengo muy claro en qué consiste un domingo astromántico. ¿Es necesario hacer preparativos? ¿Hay que avisar a la familia o a los amigos? ¿Hay que levantarse temprano o puedes quedarte en la cama hasta el mediodía? ¿Se necesita algún tipo de material específico? ¿Se come dentro o fuera de casa? ¿Se puede ver el fútbol? ¿Es necesario que gane tu equipo o basta con un empate? ¿Se puede dormir la siesta? ¿Qué pasa si llueve? ¿Y si por la tarde, a última hora, todavía tienes que hacer los deberes? No sé. En cualquier caso, parece bastante probable que haya viento. Y también, que debe ser algo especial. Incluso espacial. Y de lo que sí estoy seguro es que será víspera de lunes. Y de otra semana nueva, sin estrenar. Una más.

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Crisis

19 enero 2010

La semana pasada, Arguiñano, al grito de ¡barato, barato!, preparó sopa de coliflor. Y hoy, siguiendo al dictado el lema Qué rica la comida casera, coliflor gratinada con calabaza frita. Esto pinta muy mal.

Magia

14 enero 2010

Pasaron los Reyes y dejaron esta canción. Y con ella, otras ciento treinta y cuatro canciones. Cinco libros de esos que, además del intenso placer de la lectura, estimulan el sufrimiento producido por una de las peores clases de envidia: la del por qué no se me ocurrirán estas cosas a mí. Un vago compromiso de, tal vez, algún día, dejar en casa de otro algo que haya escrito yo. Siempre que lo escriba, claro. Un par de zapatos para dar el relevo a los de la foto. Un saco de ganas de desgastar, de machacar las suelas de esos zapatos pisando otras calles, otras ciudades, otros territorios. El firme convencimiento de que me volveré a quedar con esas ganas. Y qué, no pasa nada, más se perdió en Cuba. La inevitable corbata. Unos billetes de avión para poder utilizarla en otro continente, el próximo mes de mayo, en la Primera Comunión de un sobrino. Una cámara de fotos para inmortalizar todos esos momentos en los que, sin duda, yo debería estar haciendo algo más productivo, pero no me da la gana de hacerlo. Un montón de tareas pendientes, el mismo de todos los años. O casi. Un bombón de marca. Risas y sonrisas a puñados, buena muestra de una alegría tan limpia como pasajera. Fusiles, granadas y munición para combatir en una batalla perdida: la de hacer lo imposible para que esa alegría no sea tan pasajera. Dos pulseras de cuero de incalculable valor. Carbón. Y todo por el precio de una taza de te. Y unos terrones de azúcar para los camellos.

Cup of tea by Leandro on Grooveshark

¿Ron o whisky?

07 enero 2010

El ron tiene el encanto romántico, rebelde y sangriento de los piratas. Hay algo de trágico en la última gota del último barril de ron, cuando el barco está lejos de puerto y cerca de la refriega. Es preferible la sangre. Incluso la propia. Pero el whisky es el technicolor, el ámbar dorado, el tintineo de los cubitos sobre el cristal tallado de bohemia, los cuentos de John Cheever, la copa solitaria al atardecer. ¿Qué estas bebiendo? Ni una cosa, ni otra. Me hubiera gustado que me gustasen, de verdad. Con el whisky, incluso, he hecho grandes esfuerzos por conseguirlo, pero nada. Fracaso. Tengo que conformarme con la cerveza, el vino y el gintonic, preferiblemente azul. Claro que, para el caso, da lo mismo. Dicen que todos sirven para olvidar. Pero es mentira. Es justo lo contrario.

Never forget you by Leandro on Grooveshark

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