Canciones, causas y consecuencias

02 mayo 2009

Algunas de mis canciones preferidas: Only love can break your heart, de Neil Young; Last night I dreamed that somebody loved me, de los Smiths; Call me, de Aretha Franklin; I don't want to talk about it, de quien sea. Y luego, Love hurts, When love breaks down y How can you mend a broken heart, y también The speed of sound of loneliness y She's gone, y I just don't know what to do with myself y qué se yo. Hay canciones de éstas que he escuchado por término medio al menos una vez por semana (trescientas veces el primer mes, y después de vez en cuando) desde que tenía dieciséis, diecinueve o veintiún años. ¿Cómo no va a dejarte eso magullado por algún sitio? ¿Cómo no te va a convertir eso en una persona fácilmente rompible en mil trocitos, cuando tu primer amor se va al garete? ¿Qué fue primero, la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?

Hay quien se preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que los adolescentes vean vídeos en los que la violencia es moneda corriente; nos da miedo que esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida. Las personas más desgraciadas que yo he conocido, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop. Y no sé si la música pop es la causante de esta infelicidad, pero sí tengo muy claro que han escuchado esas canciones infelices desde hace más tiempo del que llevan viviendo una vida más o menos infeliz. Así de claro.

Nick Hornby
en Alta fidelidad (1995)

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