Un paso detrás de otro

31 marzo 2009

No hacen falta. Ni valor para marcharse, ni miedo a llegar. Es mucho más fácil. La corriente enseña el camino hacia el mar. Dejarse llevar suena demasiado bien. Jugar al azar. No saber nunca dónde puedes terminar. O empezar. La vida como una sucesión de incógnitas por despejar. Como lo que es. Hoy. Aquí. Ahora. Y hasta la siguiente. De oca a oca. Coger un tren de madrugada y trazar la frontera entre siempre o jamás. Que sea siempre.



El tiempo en sus manos

27 marzo 2009

Esta semana he empleado casi una tercera parte del tiempo efectivo de trabajo en hacer un cursillo. Jornadas profesionales, los llaman ahora. Y sin embargo, admiten a gente como yo. Pues muy bien. Un cursillo, decía, sobre un tema tan carente de interés como de rabiosa actualidad. Pero eso es lo de menos. Lo más destacado, sin duda, nuestra proverbial capacidad de asentimiento, que sigue intacta, y el recado de escribir.

Hace años (no muchos, pero años) que no asistía a un cursillo de estos, y pocas cosas han cambiado. Y entre las que han cambiado, desde luego, no se encuentra el uso que el respetable hace del asentimiento como mecanismo de afirmación de la personalidad. Cada vez que el ponente menciona alguna idea que podemos identificar en nuestro rico acerbo de conocimientos, asentimos. Un leve balanceo de la cabeza hacia delante y hacia atrás, acompañado en ocasiones de una leve entrecerrar de ojos. Como diciendo, claro, claro, o en efecto, o incluso mirad, sé tanto como él. Porque se trata, en realidad, de un asentimiento dirigido al resto del público, al que tratamos de hacer saber, con este sencillo gesto, que existe una porción de conocimientos que ese señor de ahí arriba y yo compartimos. Sólo nosotros dos. O como mucho, también los tres o cuatro que estamos asintiendo a la vez. Cabría pensar que cuanto más se asiente, más listo es uno. Craso error, porque si ya te sabes casi todo lo que expone el conferenciante, qué coño haces perdiendo tontamente una tarde entera en un sitio tan aburrido. Y tan incómodo. De todas formas, visto desde la última fila, entre los que van asintiendo alternativamente y los que cabecean luchando contra el sueño, o directamente vencidos por él, aquello se nos aparece como un apacible mar de incipientes calvas mecido por una suave brisa. Y tiene su aquél.

Y luego está lo del bolígrafo. A primera vista, prendido en la solapa de la inevitable carpeta de quiero y no puedo ser piel, no pasaba de ser el también inevitable bolígrafo publicitario. Sin embargo, transcurridos apenas un par de siglos desde que el Sr. Pacheco Guevara echase a rodar su ponencia, manoseando el susodicho bolígrafo de forma puramente mecánica ante la falta de material relevante que trasladar a mis notas, descubrí su secreto. Observen:





En efecto. Este bolígrafo encierra en sus entrañas, enrollados en formato micropersiana, tres años. Tres largos años, con sus doce meses y sus trescientos sesenta y cinco días. Trescientos sesenta y seis, en el caso del primero. Dejando al margen las consideraciones estéticas y las disertaciones sobre el buen gusto, que al fin y al cabo cada uno tiene el suyo, me pregunto si este bolígrafo podrá destilar por la punta todo lo que estos tres años puedan dar de sí. Porque se trata de los años 2008, 2009 y 2010. Los peores años de la peor crisis económica de la historia, dicen los sabios. Paro, ejecuciones hipotecarias, procedimientos concursales, recortes salariales, deflación, viviendas vacías, tiendas cerradas, ajustadísimos finales de mes. Una parte venenosa del calendario gregoriano, por muchas Navidades, vacaciones y cumpleaños que esconda. Mucho tiempo, sí. Y muy mal tiempo. Todo el poder de estos tres años malignos, en manos de cualquier desaprensivo dispuesto a escribir con ese bolígrafo. Como yo, que de momento lo tengo aparcado, a la espera de que se me ocurra contra quién utilizarlo. El bolígrafo, digo. O lo que salga por su punta. Y lo peor es que repartieron más de sesenta, creo.

Y los sueños, sueños son

24 marzo 2009

Ilusiones. De ellas también se vive. Sueños. Interpretables o no, produzcan monstruos o no, qué más da. El caso es que sean grandes, muy grandes, para no perderlos de vista mientras se persiguen. Esperanzas. Los sueños del hombre despierto. Lo último que se pierde. O lo último que se perdió. Pájaros en la cabeza. Castillos en el aire. Casi nunca son rentables, pero nunca está de más una pequeña dosis. O grande.

De compras

16 marzo 2009

Contra la crisis. Contra todas las crisis. Las financieras, las del comercio, las de la edad y las del amor. Contra el ahorro y las hipotecas. Contra el tedio y la depresión. Y contra los días de lluvia, de viento y de frío. Compras. A mansalva. A discreción. A diestro y siniestro. A comprar. A recorrer la ciudad. A ver escaparates. A entrar y salir de las tiendas. Y de los probadores. ¿Qué tal me sienta? Tarjetas de plástico y bolsas de papel. Una tienda más. Y otra. Y otra más. Ninguna es la última. Ninguna tiene por qué serlo. Quiero ir de compras. Y disfrutarlo. Lo único que me importa es conseguir sus nuevos zapatos.



El río de la vida: cómo bebérselo

09 marzo 2009

Los años transcurren cada vez más deprisa. O eso parece. Yo creo que es una cuestión de proporcionalidad: cada año que pasa es una parte proporcionalmente más pequeña de nuestra vida, y eso lo hace parecer menos tiempo. Mi amigo Antonio, sin embargo, sostiene que es un problema de uniformidad, incluso de cierta monotonía: los años, y cada uno de sus trescientos sesenta y cinco días, son cada vez más parecidos. Cada vez pasamos por ellos más deprisa, como un tema que ya hemos repasado varias veces. Bueno, quizá los dos tengamos parte de razón. Incluso es posible que los años sean, de verdad, cada vez más cortos. Quién sabe. El caso es que esa absurda aceleración entraña ciertos riesgos. Un lunes detrás de otro. Un desayuno detrás de otro. Un fin de semana detrás de otro. Una liga detrás de otra. Un otoño detrás de otro. Ciclos. Cada vez se cierran antes. Y cada vez es más difícil distinguirlos. A veces encontramos ligeras variaciones sobre el mismo tema. Leves hitos que, con el paso de los años, nos cuesta más y más trabajo situar. ¿En qué año cambié de trabajo? ¿En el noventa y nueve o en dos mil? ¿Hace ya diez años que nos vinimos a vivir aquí? No, doce. ¿Cuántos años hace que se casó tu hermano? ¿Ha pasado ya un año y medio desde la operación? ¿Fue hace dos años cuando estuvimos en Roma? ¿O hace tres? En realidad, nunca hemos ido a Roma. Pero eso también nos pasará, ya verás. Jornadas laborales. Comidas familiares. Cenas con los amigos. Fiestas de fin de año. Y copas. Muchas copas. Y cuando te quieres dar cuenta, te has bebido la vida de un trago. O de varios. Tragos largos. O simplemente, largos. Unos cuantos largos.

Años

04 marzo 2009

Años. Dicen que veinte no es nada, que quince tiene mi amor, que diez después mejor volver a empezar, mejor reír que llorar, mejor decir que callar. Años. Naturales. Nuevos. Bisiestos. De la pera. De maricastaña. Académicos. Sabáticos. Da igual. A veces necesitamos que pasen deprisa. Deprisa, deprisa. Y a veces se nos escurren entre los dedos sin que haya forma de retenerlos. Los cumplimos un poco cada día. Los cumplimos antes o después. Y es la mejor de las opciones posibles, que conste. Años. Los cantan Pablo y Mercedes. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos. Va sin segundas. Quiero pensar que nos quedan muchos por delante. Que dure. Que cumplamos muchos más.



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