Con fecha de caducidad

28 septiembre 2009

Queramos o no, que nunca queremos. Nos guste o no, que nunca nos gusta. Lo admitamos o no, que no siempre lo admitimos. Y aunque pretendamos evitarlo, que casi siempre lo intentamos; o si no, para qué están ahí los gimnasios, la cirugía plástica, el Revidox, el Viagra y los descapotables caros. Todos envejecemos: los padres, los maridos, las mujeres, los coches, las viviendas, las casas de la playa, los juguetes y las ilusiones. Incluso las canciones. Y si alguien no lo cree, que escuche lo que le ha pasado a Groenlandia. O eso, o es cosa del cambio climático y se está derritiendo.


No tiene nada que ver conmigo

23 septiembre 2009

No conseguía terminar nada desde septiembre del año pasado. Un año. Un año entero, día arriba, día abajo, hasta el cuento que terminé ayer. Todo un logro, tratándose de un escritor aficionado y perezoso. Y no es que haya tardado un año en escribirlo, no; lo que ocurre es que no he escrito casi nada en un año. Eso no sé si viene por la parte de perezoso o por la de aficionado, pero mucho me temo que será por la primera.

Estos dos últimas semanas, sin embargo, he rectificado un poco la trayectoria. No mucho, la verdad, pero sí lo suficiente como para haber sido capaz de escribir algo cada día. Algo: esbozar una idea, cerrar una frase, ponerle el punto y aparte a un párrafo. O escribirlo entero, incluso, si el día era especialmente productivo o conseguía escaquearme de mis obligaciones más de lo habitual. Dicho así, parece una proeza. Y quizá lo sea. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una lucha permanente conmigo mismo. Una más. El caso es que han bastado unas cuantas victorias parciales sobre esa parte de mí mismo que sólo quiere ser espectador, para poner el punto final a ese maldito cuento. Y no era tan difícil: sólo había que sumar muchos pocos. Bueno, pues ya está. Ahí queda, para cuando llegue su turno.

Pero no me convence. Lo he leído un par de veces (es que no terminaba de creerme que estuviese terminado), y no. No tiene nada que ver conmigo. Es muy posible que ni las inquietudes del agente inmobiliario Frank Bascombe, ni las áridas soledades fronterizas del fronterizo Oeste de los Estados Unidos, ni los desorientados y glaciales jóvenes del Japón más urbano, que me han acompañado últimamente, tengan nada que ver conmigo tampoco. O sí, quién sabe. Pero sí tienen que ver, y mucho, con Robert Ford, con Sam Shepard o con Haruki Murakami. Y con lo que les rodea. Y esa proximidad al autor los hace próximos al lector. Conmueven. La fórmula es sencilla: talento para ver más talento para escuchar más talento para narrar más sinceridad. Fácil de enunciar, pero muy compleja de resolver. Eso es mucho más que un sonoro fraseo, que construir un argumento ingenioso o que una chistosa boutade. O mejor dicho, es otra cosa. El problema es que no sé si quiero escribir algo que tenga que ver conmigo. Ni siquiera sé si estoy en condiciones de hacerlo.

El imperio contraataca

21 septiembre 2009

En español, y por si alguien no se ha enterado, en inglés: España está aplastando a Yugoslavia por veinte puntos arriba. Y punto.

El imperio contraataca by Leandro on Grooveshark

¿Qué sabes de los ochenta?

18 septiembre 2009

Un día, de repente, tus años jóvenes se han convertido en el tema 12 del libro de Historia de tus hijos. Y tú, ¿qué coño sabes tú de todo aquello? ¿Te enteraste de algo? ¿Qué recuerdas? Los guardias saliendo por la ventana del Congreso de los Diputados. El SIDA en las noticias. Los dos últimos títulos de Liga del Athletic de Bilbao. Los socialistas en el gobierno casi cincuenta años después y colorín, colorado, la transición ha terminado. Adolfo Suárez y el CDS. El centro, aquél refugio. Alfonso Guerra, Ronald Reagan, Margaret Tatcher, Gorbachov y Tierno Galván. El recurso previo de inconstitucionalidad. Aplauso y La Juventud Baila. Tequila, Secretos, Radio Futura, Gabinete Caligari, Nacha Pop, Glutamato Ye–Yé y Los Toreros Muertos. La Bola de Cristal. El bombazo nuclear de Chernobyl. La quinta del Buitre y las cinco Ligas consecutivas del Real Madrid. El Mundial de México y los cuatro goles de Butragueño a Dinamarca. Algunos países que ya no existen y se llevaban un montón de medallas en los Juegos Olímpicos. La caída del muro y de todo lo que había detrás. Y casi todo por la tele. ¿Guardaré yo un trozo de mi juventud para dárselo a mis hijos cuando me pregunten?

Lentitudes e ineficacias

15 septiembre 2009

El primer día no quise lanzar las campanas al vuelo. Podía tratarse de un hecho aislado, así que me abstuve de comentar nada. El segundo tampoco. Ni el tercero. Pero llegaron a ser cinco. Cinco días seguidos. Cinco días encontrando un hueco, por pequeño que fuese, para escribir. Encontrándolo y utilizándolo, claro. La intención (firme, como siempre, faltaría más) era sacar un rato cada día, aunque fuese sólo media hora, para escribir. O para no perder contacto con lo que había escrito, al menos. Media hora. Pasando incluso por encima de obligaciones. Total, media hora cada día, o una, no iban a relanzar mi carrera profesional, ni a mejorar la cuenta de resultados del negocio familiar, ni a salvar la vida de nadie. Tampoco lo que yo fuese a escribir, claro, pero era lo que quería hacer. Y de momento, lo estaba consiguiendo.

Primero abrí el archivo. Eso fue el lunes. Lo miré fijamente, volví a leerlo, me pregunté seriamente si aquéllo lo había escrito yo, me contesté que probablemente sí, que qué remedio, y esbocé de mala manera el final de un diálogo interrumpido muchos meses atrás. El martes terminé ese diálogo y busqué cierta información que necesitaba para lo que venía después. No la encontré. El miércoles decidí que no necesitaba esa información y seguí escribiendo. Y el jueves. Incluso el viernes. Y cuando ya me creía lanzado, se me acabó de repente el libro que estaba leyendo. Se acabó unas ciento cincuenta páginas antes de lo previsto. El autor nunca llegó a terminarlo, y yo no lo sabía cuando empecé a leerlo. Cosas de la incultura, y de no leer jamás la solapa de un libro. Nunca. Manías mías. Bueno, pues la novela se acabó, o mejor, se interrumpió, pero a cambio el editor nos obsequiaba con toda la correspondencia que el autor había dirigido a su agente y a un estrecho colaborador durante el tiempo que estuvo trabajando en ese libro que nunca llegó a terminar. Y ahí estaba la diferencia. La diferencia entre un escritor y un escritor aficionado y perezoso. De forma insultante, casi. Más de tres años, entre 1956 y 1959, de intenso trabajo. Casi enfermizo. Viajes, documentación, bibliotecas remotas, textos antiguos, documentos microfilmados, redacción, corrección, más redacción, más trabajo que no sirve. Y el desaliento. También estaba allí el desaliento del autor, la desesperación por su lentitud y su ineficacia. Hasta que terminó por abandonar la tarea. Y eso en un tipo que ganó el Nobel y el Pulitzer, que escribió Las uvas de la ira y Los descontentos. ¿Eso es lentitud? ¿Eso es ineficacia? ¿Eso es frustración? Pues parece que sí.

El lunes, ayer, recordé que yo no tengo nada que ver con todo eso. Ni parecido. Que yo soy aficionado y perezoso, y que la cosa no es para tanto. Hice abstracción de los grandes problemas que acucian a los grandes escritores, y retomé la tarea. Con mis ineficacias y mis lentitudes, las de toda la vida, que para eso son mías. Y hoy es festivo, así que probablemente continuaré mañana. Como siempre.

Domingo

14 septiembre 2009

Temprano. Solo. Café con leche y un cuento. Y un trozo de una novela. De una buena novela recién estrenada. Carreras al borde del mar. El mar y el sol, ahora tocamos a más. Septiembre. El agua más fría, el agua más limpia. Un castillo, no, una enorme y efímera montaña en la arena. Montes, caminos, canales y puertos: ingenieros menudos. Menudos ingenieros. Comida familiar mirando al mar. Siempre el mar. Otro cuento. Más novela. Los párpados vencidos. Despierto tras la siesta. Empaqueto la ropa en bolsas de viaje, y las bolsas de viaje en el maletero del coche. Coche viejo. Coche entrañable. ¿Papá, cuándo te vas a comprar un coche nuevo? Rápido. Potente. Grande. Rojo. Q5, A4, X6. Agua. Empieza la jornada. Mi equipo no marca. Casi nunca lo hace, casi nunca gana. Víspera del primer día de cole, y hay que hablar. Hablar, hablar. Hay que sacarse del estómago los nervios de todos los años. Los nervios de siempre. La iglesia de siempre. El helado de todos los domingos. Una peli de catástrofes. O de miedo. O una ligera comedia romántica. O fútbol enlatado. O más novela. Hasta bajar el telón. Hacer el indio. Una de las ventajas de que el lunes sea el mejor día de la semana, es que no convierte al domingo en una tortura.

¿Preparado para reunirte con tu hacedor?

10 septiembre 2009

Mi última lágrima, después de todas éstas, y de otras muchas más que no he derramado, es de alivio. La aceptación libera para reconocer lo que viene a continuación. Aunque quién puede decir que las cosas no han seguido su curso de todos modos: esos viejos rechazos, las familiares renuncias cumpliendo sus venerables tareas. Hace años comprendí que el duelo sería largo. Pero ¿tanto? Es fácil aducir que hay asuntos que es mejor dejar en paz, pues la permanencia, la verdadera, no los blandos incentivos del periodo que me he inventado, puede acojonar más que otra cosa, porque suprime el anterior contexto de seguridad individual. ¿Con quién, por ejemplo, tengo que compartir el hecho de haber aceptado la muerte de mi hijo Ralph? ¿Qué significado tiene eso? ¿Cómo puede asumirse y cobrar sentido? ¿Será difícil sobrevivir? ¿Podré seguir vendiendo casas? ¿Querré hacerlo? ¿Y habría sido diferente de haberlo aceptado todo desde el principio, como habrían hecho el presidente de la General Electric o el general Schwarzkopf? ¿Estaría ahora viviendo en Tokio? ¿Me habría muerto de aceptación? ¿O seguiría viviendo en Haddam? Sólo Dios sabe. A lo mejor todo habría sido más o menos lo mismo; quizás se sobrevalore la importancia de la aceptación; aunque los psiquiatras dirán lo contrario, lo que significa que no saben nada. Al fin y al cabo, todos llevamos dentro un montón de «cosas» poco satisfactorias, «cosas» que quisiéramos enmendar o pasar por alto para que otras «cosas» resulten más gratas, y de ese modo podamos abrir aún más el corazón. Pregunten a Marguerite Purcell. Como he dicho, la aceptación asusta un huevo. Siento el horror metido en mi cama, en mi casa vacía, después de la tormenta, y el Día de Acción de Gracias esperando por el Este con la aurora. Ten cuidado con lo que aceptas, ésa es mi advertencia: a mí mismo. Lo tendré, si puedo.

Richard Ford
en Acción de Gracias (2006)

¿Qué prefieres para hoy?

08 septiembre 2009

Un día perfecto. Días perfectos para gente perfecta, con el riesgo de que no quepamos en su mundo tan pequeño. O un buen día. Un rato en la cama, un desayuno tranquilo, un poco de prensa deportiva, unas cañas con los amigos, un partido de fútbol y unos minutos para la nostalgia. Nada extraordinario. O un día de furia. Todo escapa a tu control, un revólver en el cajón y el alma durmiendo en el ojo del huracán. Días iguales, días distintos… no es fácil elegir. Y no siempre se puede. En cualquier caso, un día. Un día más. Siempre es mejor que no tenerlo.

Donde dije digo

05 septiembre 2009

Quien dice mañana, dice el lunes. El viernes no es el mejor día para acometer buenos propósitos, ni para empezar a librar batallas contra uno mismo. Y el sábado tampoco, me temo. El lunes sí, es una de sus ventajas. Que sí, que las tiene, ya me prodigué sobre ellas en una entrada anterior y no voy a insistir ahora, pero las tiene. Entre otras, la que acabo de decir: es el día idóneo para reencontrarse con un cuento abandonado a su suerte y volver a ser escritor. Pero hay otras. Por ejemplo, que si no vuelves a ser escritor este lunes, a los siete días tienes otro para volver a intentarlo. Por falta de oportunidades no va a ser.

Otra dosis de buenos propósitos

03 septiembre 2009

Bastaron cuatro entradas en este diario y otras circunstancias de la vida para darme cuenta. Puedo ser perezoso, y de hecho lo soy. Puedo ser aficionado, yo qué sé, a un montón de cosas: al fútbol, al baloncesto, a la música, a la lectura, a la cerveza en buena compañía, al agua fría… si algo me distingue es precisamente eso, ser un aficionado. Lo que no podía ser era escritor, estaba claro. Así que lo dejé. Y por una mera cuestión de coherencia elemental, abandoné también este diario.

Han sido unos meses tranquilos en ese terreno. Nada de devanarme los sesos buscando adjetivaciones imposibles. Nada de diálogos artificiales y supuestamente ingeniosos. Nada de ir encontrando historias en el más nimio incidente o anécdota que se me ponga delante de palabra o de obra. Nada de ir apuntando esbozos como un poseso en una hoja de papel sucio o en un archivo de Word. Nada de darle la vuelta a todo para mirarlo por detrás o por dentro. Nada de enfermizos puntos de vista desde los que contemplar el mundo y sus pompas. Nada de eso. Al contrario. Que escriban otros (sobre todo, los que saben hacerlo), que yo me encargaré de la parte de leer.

Ahora resulta que no me acuerdo bien de las razones por las que dejé de ser escritor. Olvidé apuntarlas. Y la verdad, he pensado: mejor que hacer un denodado esfuerzo para tratar de recordarlas, me hago escritor otra vez. En el peor de los casos, esas mismas razones volverán a ponerse de manifiesto por sí solas; y esta vez, antes de dejar el oficio, las recogeré pormenorizadamente por escrito. Para eso soy escritor, qué coño. Y en el mejor, con un poco de suerte y algo de voluntad por mi parte, puede que escriba algo y todo. Vete a saber.

Para no empezar de cero, retomo otra vez el cuento donde lo dejé. Sí, exacto, ese cuento. El que empecé a escribir el pasado 23 de enero, a las 7:28 horas, y abandoné el 19 de febrero, a las 18:29 horas. El de los catorce párrafos, cuarenta y siete líneas, trescientas noventa palabras, título incluido. Creo que aún recuerdo de lo que iba.

Así que lo dicho: mañana mismo empiezo. O sigo. En serio.

¿Y qué?

02 septiembre 2009

Puedes jurar y maldecir. Puedes volverte loco. O silbar. Olvidarte de tus pecados y hacer una reverencia al caer el telón. Disfruta, es tu última oportunidad. Al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te crucifiquen?

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Diario de un escritor aficionado y perezoso

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