A vueltas

27 octubre 2009

La ciudad vacía. Las tuercas oxidadas. Las heridas abiertas. La esperanza esfumada. Las colillas apagadas. ¿Qué encontrará el ángel cuando decida volver? ¿Y cómo volverá? ¿Con la frente marchita? Y lo más importante: ¿volverá? ¿Cogerá su vida y su mochila y volverá? Vaya usted a saber. Pero vaya al sitio correcto, no vale cualquiera. Y luego vuelva, claro.

Ángel by Leandro on Grooveshark

Variables

24 octubre 2009

Un visitante lapa a punto de hacer estallar un plácido veraneo. O varios. ¿Alguna vez has sido tú ese visitante? Háztelo mirar. Una historia incontenible en los estrictos límites de lo que pasa. Una desmadre de incursiones desenfrenadas en el terreno de lo que podría pasar si. Un camino lleno de desvíos. O un desvío lleno de caminos. ¿Un escritor sacudido por un ataque de frenética inspiración? La necesidad de coger la primera calle a la derecha. Un cambio de rumbo. Y otro. Y otro más. Porque siempre hay algo que parece que va a funcionar mejor. Y porque puede haber muchas formas de librarse de una pesadilla. O de convivir con ella. O no. Pero siempre sin perder de vista lo esencial: hay que fregar los platos.

De ayer

20 octubre 2009

El pan. El periódico. El mundo. Fantasías animadas. Tinta roja en el gris. Un puñado de canciones. Buenos momentos. Muchos recuerdos. Algunas expectativas defraudadas. Y la chica. Por supuesto, la chica. Todo lo demás, es de mañana.

Chica de ayer by Leandro on Grooveshark

No es coña

16 octubre 2009

Escoñar: 1. tr. Romper, estropear. U. t. c. prnl. || 2. tr. Hacer fracasar. U. t. c. prnl. Se escoñó el invento. || 3. prnl. Hacerse daño. (RAE)

Porque a veces las cosas se rompen. Otras veces se estropean. O se averían. Incluso se joden. Pero hay ocasiones en que se escoñan. Y si se escoñan, se escoñan. Y punto.

Diario La Verdad, edición de Murcia. 14 de octubre de 2009

Déjame que descanse un rato al sol

13 octubre 2009

El niño, a pesar de lo listo que era, o quizá precisamente por eso, sabía cómo meter el dedo en el ojo. Y le habían bastado cuatro añitos para aprenderlo. O eso, o ya lo traía de serie. Después de una lucha intelectual sin cuartel para convencerlo de que sus primos mayores se irían a la cama en seguida, sin ver Gran Prix, y conseguir así que se acostase a las nueve, su padre aún tuvo que subir media docena de veces las escaleras del dúplex para tapar varias vías de agua. De agua. De pipí. De tengo miedo. De un besito de buenas noches. De qué están haciendo los primos. De cuándo sube mamá. A la que hizo siete, la subida ya no fue en son de paz. El padre, cansado, agotada su dosis diaria de paciencia, dio rienda suelta a su justa ira en forma de furiosos interrogantes. ¿Qué pasa? ¿Te gusta dar el follón? ¿Te gusta tocar las narices? ¿Te gusta joder la vida a los demás? Abajo, uno de esos pesados silencios familiares tan típicos en momentos como éste nos permitió oír una vocecilla trémula al fondo de la habitación: a mí me gusta la alegría. Toma, y a mí. La diferencia es que a él sí le sirvió para apaciguar el conflicto.

Déjame vivir con alegría by Leandro on Grooveshark

Ideas sueltas

09 octubre 2009

Cuando llega el momento de empezar a escribir otro cuento, lo primero que hago es elegir una de las ideas que tengo guardadas. Abro una determinada carpeta del ordenador, y allí están las ideas. Malas, regulares e incluso alguna buena. O así me lo parece, al menos. Cada archivo que hay en la carpeta, una idea. Algunas están algo más desarrolladas, pero casi siempre son sólo un esbozo.

Sé que algunas son muy malas. Nunca llegarán a ser un cuento. Al menos, no un cuento escrito por mí. Pero no las mando a la papelera, no sé muy bien por qué. Por si algún día cambio de opinión sobre ellas, y mira que si eso llega a ocurrir no dirá mucho en mi favor. Por si alguna vez puedo sacarles punta. Como si fueran un lápiz. O por si puedo colarlas de rondón en otra historia donde puedan encontrar un hueco, cosa que ya ha funcionado en más de una ocasión. El caso es que no las borro.

Otras, aun no siendo tan malas, no pasan de ser un buen punto de partida. Un embrión. Apenas un bosquejo del que algún día puede salir algo mejor. Un cuento, quizá. No son ideas desechables, pero no son nada más que eso. Ideas, fogonazos, bocetos, esbozos. El nombre de estos archivos está escrito con mayúsculas.


Para empezar a escribir un nuevo cuento, suelo coger uno de esos archivos cuyo nombre está escrito con mayúsculas. Alguien dirá que, en realidad, ya empecé a escribirlo cuando cacé la idea al vuelo, cuando me puse a anotar con prisas en un papel o en un archivo. Yo prefiero pensar que no. Prefiero creer que es ahora cuando empiezo. Si no, si tengo que contar cada idea que nunca vuelvo a retomar, serían ya demasiadas las cosas que se quedan sin terminar.


A partir de ahí llega lo más difícil: convertir el esbozo en un cuento. Muchas veces no es siquiera el apunte de una historia, sólo de una situación, de un personaje, de una conversación… algo de lo que algún día podría llegar a salir una historia. Pero hay que sentarse delante de ese archivo y escurrir, apretar, exprimir, estrujar hasta sacar algo más. Y no es fácil. Muchas veces no sirve para nada, incluso es lo peor que puedes hacer. Si no has sacado nada después de dos o tres días, que a la hora de la verdad se traducen en tres o cuatro horas de trabajo, tal vez lo mejor sea volverlo a guardar y esperar a ver qué pasa.


Elegí uno. Uno de los que me parecía mejor. Uno en el que tenía depositadas bastantes esperanzas. Un par de días después, nada. La idea me seguía (y me sigue) pareciendo buena, pero es sólo una idea: sin historia, sin el tono adecuado, sin estructura, sin personajes. Insisto: sólo el esbozo. Y decido volver a guardarlo.


Y de repente, una mañana, en la oficina, tienes un objeto en la mano. Mientras piensas en cómo resolver un problema de trabajo, mientras hablas por teléfono, mientras jugueteas con el ratón buscando en Internet lo que no encuentras entre tus conocimientos, tienes en la mano izquierda un objeto vulgar. Le das vueltas entre los dedos de forma inconsciente. Como ese objeto, tienes varios en la mano a lo largo de la semana. Tienes muchos, de hecho. Y de repente, es precisamente hoy, viernes, al final de la mañana, cuando te das cuenta de que en ese objeto hay una historia entera. O varias. Apenas quedan veinte minutos para cerrar la oficina hasta el martes. Dejas todo lo que estás haciendo y abres un archivo nuevo. Y empiezas a teclear. Frenético. Y va saliendo todo: la situación, el hilo, las historias, los personajes, la estructura, el tono, lo que quieres decir y lo que no, cómo empezar, cómo cerrar, de qué voy a escribir y cómo. Todo.


Son sólo las primeras pinceladas, los primeros apuntes del natural escritos sobre la marcha. Pero son también casi dos páginas. Y siguen creciendo. Y sé, ahora sí, que algún día serán algo más. Lo que no sé es cuándo.

Eso no vale

08 octubre 2009

Ya está, otro. Increíble, ¿no? Qué eficacia. Meses y meses y meses sin vender una escoba, y de repente, toma: dos de un golpe. Como el sastrecillo y las moscas. O los gigantes, lo que fuera. El objetivo, por aquello de disciplinarme un poco, era uno al mes. De momento. Luego ya se vería la posibilidad de incrementar el ritmo, que he visto por ahí quien puede con uno a la semana, y con un alto grado de calidad y resultados más que satisfactorios. Hablo de cuentos, por supuesto. El caso es que consigues sacar adelante uno que venía atrancado desde mucho tiempo atrás. Septiembre. A los pocos días terminas otro. Octubre. Y ya está. Prueba superada. Eres el puto amo.

Pues no. No está. No has superado nada, ni eres nada. Parece que has cogido carrerilla, pero es mentira. Eso es trampa. Ese cuento no es nuevo. Tampoco lo he copiado, claro, no he caído tan bajo. Aún. Pero no es nuevo, ni mucho menos. Son los deberes que Rubén nos puso en el Taller el pasado mes de febrero. Apenas necesitaba unos retoques. Un quítame allá esas pajas y un ponme aquí estas otras. Y poco más.

El sábado era día 3 y ya estaba terminado. Y lo peor es que después me he creído que todo el monte era orégano y desde entonces no he vuelto a pegar un palo al agua. Un palo narrativo, quiero decir. ¿Eso es cumplir objetivos? ¿Puede uno engañarse de esa forma? Pues parece que como poder, puede. Pero no debe.

Así que, además de aficionado y perezoso, tramposo. ¿Alguien da más?

¿Alguna pregunta?

05 octubre 2009

¿Ser o no ser? ¿Existe Dios? ¿Quién soy? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Hay alguien ahí? ¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Me quiere o no me quiere? ¿Qué quieres tomar? ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? ¿Por qué no te callas? ¿Qué se debe? ¿Se puede? ¿Dígame? ¿Quería usted algo? ¿Estudias o trabajas? ¿Cuál es tu color favorito? ¿Tienes fuego? ¿Bailas? ¿Quieres salir conmigo? ¿Cuánto cuesta? ¿Ya? ¿Qué hora es? ¿Cuántos cumples? ¿Cuánto falta? ¿Sabe usted a qué velocidad iba? ¿Sabe usted con quién está hablando? ¿De verdad? ¿En serio? ¿Dónde están las llaves? ¿Pero qué coño estás haciendo? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? ¿Alguna pregunta? Pregunta, pregunta. Pregunta la pregunta.

Sobre batallas perdidas y campos devastados

01 octubre 2009

Entonces Lanzarote dejó de sonreír y en sus ojos brilló el asombro.

— ¿Por qué estás triste, señor? —preguntó Sir Kay.

— Triste no... bueno, puede que sí. Se trata de una pregunta. Puede que te parezca ofensiva.

— Conozco lo bastante a mi amigo para estar seguro de que no se atrevería a ofenderme. ¿Cuál es la pregunta?

— Eres hermano de leche del rey.

Kay sonrió.

— Así es. Nos alimentamos del mismo pecho, nos acunaron juntos, compartimos nuestros juegos, juntos cazamos y aprendimos a guerrear. Yo creía que era mi hermano hasta que se reveló que era hijo del rey Uther.

— Sí, lo sé. Y en los primeros años de turbulencia luchaste a su lado como un león. Tu nombre inspiraba terror en los enemigos del rey. Cuando los cinco reyes del norte emprendieron la guerra contra Arturo, mataste a dos de ellos con tus propias manos, y el mismo rey proclamó que tu nombre viviría para siempre.

Los Ojos de Kay brillaban.

— Es verdad —dijo en voz baja.

— ¿Qué pasó, Kay? ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué se burlan de ti? ¿Cómo decayeron tus bríos y te hiciste tímido? ¿Puedes decírmelo? ¿Lo sabes?

Los Ojos de Kay brillaban, pero era a causa de las lágrimas, no del orgullo.


— Creo que lo sé —dijo—, pero me pregunto si serías capaz de entenderlo.

— Cuéntame, amigo mío.

— Una piedra de granito capaz de quebrar un martillo por su dureza puede ser desgastada por la erosión de minúsculos granos de arena. Un corazón capaz de afrontar los golpes más adversos del destino puede ser erosionado por los pinchazos de los números, el acecho de los días, las sordas traiciones de la pequeñez, de la importante pequeñez. A los hombres podía combatirlos, pero los ejércitos de cifras que avanzaban por la página me derrotaron. Piensa en el catorce, XIV, un pequeño dragón de cola ponzoñosa, o en el ciento ocho, CVIII, un ariete minúsculo y destructivo. ¡Si no hubiera sido senescal! Para ti una fiesta es festiva..., para mí es un libro de hormigas voraces. Tantas ovejas, tanto pan, tantos odres de vino, ¿no nos olvidamos de la sal? ¿Dónde está el cuerno de unicornio para probar el vino del rey? Faltan dos cisnes. ¿Quién los robó? Para ti la guerra es un combate. Para mí son tantas varas de fresno para hacer lanzas, tantas astas de acero... contar tiendas, cuchillos, arneses de cuero... contar... contar hogazas de pan. Dicen que los paganos inventaron un número que equivale a nada, a un no, que se escribe como una O, una oquedad, un olvido. Podría coserme esa nada al pecho. Mira, ¿viste alguna vez a un hombre dedicado a los números que no se volviera bajo, mezquino, temeroso, con toda su grandeza carcomida por pequeñas cifras, así como las hormigas pueden comerse un dragón muy poco a poco y dejar un hato de huesos? Los hombres pueden ser grandes y a la vez falibles..., pero los números no fallan nunca. Supongo que es su rectitud implacable, su infalible, sucia y mezquina rectitud lo que nos destruye... burlones y tenaces, nos roen con sus ínfimos dientes hasta que de un hombre no queda más que un picadillo de terrores, muy bien desmenuzados y condimentados con náusea. La herida mortal de un hombre de números es un dolor de vientre que carece de gloria.

— ¡Entonces quema tus libros! Rompe tus cuentas y arrójalos al viento desde la torre más alta. Nada puede justificar la destrucción de un hombre.

— ¡Ah! Entonces no habría festines; en la guerra no habría lanzas ni comida que posibilitaran la batalla.

— ¿Entonces por qué se burlan de ti?

— Porque tengo miedo. Lo llamamos cautela, inteligencia, previsión, madurez mental, un sentido comercial conservador y eficaz... pero no es más que miedo, organizado e invencible. Empezando por las cosas pequeñas, le he tomado miedo a todo. Para un buen hombre de negocios, el riesgo es un pecado contra la sagrada lógica de los números. Para mí no hay esperanzas. Soy Sir Kay el Senescal y mi antigua gloria se ha derrumbado.

— Pobre amigo mío. No puedo comprenderte —dijo Lanzarote.

— Lo sabía. ¿Cómo podrías comprenderme? El escarabajo que vigila la muerte no está mordiéndote las tripas. Ahora déjame dormir. Ésa es mi oquedad, mi cero, mi nada.


John Steinbeck
en Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros (1959)

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