No conseguía terminar nada desde septiembre del año pasado. Un año. Un año entero, día arriba, día abajo, hasta el cuento que terminé ayer. Todo un logro, tratándose de un escritor aficionado y perezoso. Y no es que haya tardado un año en escribirlo, no; lo que ocurre es que no he escrito casi nada en un año. Eso no sé si viene por la parte de perezoso o por la de aficionado, pero mucho me temo que será por la primera.
Estos dos últimas semanas, sin embargo, he rectificado un poco la trayectoria. No mucho, la verdad, pero sí lo suficiente como para haber sido capaz de escribir algo cada día. Algo: esbozar una idea, cerrar una frase, ponerle el punto y aparte a un párrafo. O escribirlo entero, incluso, si el día era especialmente productivo o conseguía escaquearme de mis obligaciones más de lo habitual. Dicho así, parece una proeza. Y quizá lo sea. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una lucha permanente conmigo mismo. Una más. El caso es que han bastado unas cuantas victorias parciales sobre esa parte de mí mismo que sólo quiere ser espectador, para poner el punto final a ese maldito cuento. Y no era tan difícil: sólo había que sumar muchos pocos. Bueno, pues ya está. Ahí queda, para cuando llegue su turno.
Pero no me convence. Lo he leído un par de veces (es que no terminaba de creerme que estuviese terminado), y no. No tiene nada que ver conmigo. Es muy posible que ni las inquietudes del agente inmobiliario Frank Bascombe, ni las áridas soledades fronterizas del fronterizo Oeste de los Estados Unidos, ni los desorientados y glaciales jóvenes del Japón más urbano, que me han acompañado últimamente, tengan nada que ver conmigo tampoco. O sí, quién sabe. Pero sí tienen que ver, y mucho, con Robert Ford, con Sam Shepard o con Haruki Murakami. Y con lo que les rodea. Y esa proximidad al autor los hace próximos al lector. Conmueven. La fórmula es sencilla: talento para ver más talento para escuchar más talento para narrar más sinceridad. Fácil de enunciar, pero muy compleja de resolver. Eso es mucho más que un sonoro fraseo, que construir un argumento ingenioso o que una chistosa boutade. O mejor dicho, es otra cosa. El problema es que no sé si quiero escribir algo que tenga que ver conmigo. Ni siquiera sé si estoy en condiciones de hacerlo.
Estos dos últimas semanas, sin embargo, he rectificado un poco la trayectoria. No mucho, la verdad, pero sí lo suficiente como para haber sido capaz de escribir algo cada día. Algo: esbozar una idea, cerrar una frase, ponerle el punto y aparte a un párrafo. O escribirlo entero, incluso, si el día era especialmente productivo o conseguía escaquearme de mis obligaciones más de lo habitual. Dicho así, parece una proeza. Y quizá lo sea. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una lucha permanente conmigo mismo. Una más. El caso es que han bastado unas cuantas victorias parciales sobre esa parte de mí mismo que sólo quiere ser espectador, para poner el punto final a ese maldito cuento. Y no era tan difícil: sólo había que sumar muchos pocos. Bueno, pues ya está. Ahí queda, para cuando llegue su turno.
Pero no me convence. Lo he leído un par de veces (es que no terminaba de creerme que estuviese terminado), y no. No tiene nada que ver conmigo. Es muy posible que ni las inquietudes del agente inmobiliario Frank Bascombe, ni las áridas soledades fronterizas del fronterizo Oeste de los Estados Unidos, ni los desorientados y glaciales jóvenes del Japón más urbano, que me han acompañado últimamente, tengan nada que ver conmigo tampoco. O sí, quién sabe. Pero sí tienen que ver, y mucho, con Robert Ford, con Sam Shepard o con Haruki Murakami. Y con lo que les rodea. Y esa proximidad al autor los hace próximos al lector. Conmueven. La fórmula es sencilla: talento para ver más talento para escuchar más talento para narrar más sinceridad. Fácil de enunciar, pero muy compleja de resolver. Eso es mucho más que un sonoro fraseo, que construir un argumento ingenioso o que una chistosa boutade. O mejor dicho, es otra cosa. El problema es que no sé si quiero escribir algo que tenga que ver conmigo. Ni siquiera sé si estoy en condiciones de hacerlo.
18 comentarios:
Has dado en el clavo.
Si no quieres escribir sobre tí mismo, Leandro escritor aficionado y perezoso, hazlo sobre lo que te rodea,sobre lo que ves y oyes cada día en tu barrio, en el mundo. Hay miles de cosas que contar que te llegan todos los días, que te hacen pensar, discutir con un compañero o reir. Tienes el talento de escribir muy bien y una visión muy particular de la vida, agárrala fuerte y ponla en papel.
¿Y quién no tiene una visión particular de la vida? Lo demás, lo de agarrarla y ponerla en un papel (¿vale en la pantalla de un ordenador?), son palabras mayores. Lo dicho: una ecuación fácil de enunciar y compleja de resolver. No obstante, habrá que ponerse con ella. Mucho me temo que al final va a ser inevitable
Digamos: visión de la vida especial.
Pues venga, a soltarse la melena, pero no vale ponerse pedante.
No me pongo pedante, lo soy. Mucho peor, ya lo sé, y más difícil de evitar. Y si algo está fuera de mi alcance, es soltarme la melena. Me quedo con el resto: pues venga. En marcha
Te quieres mucho y no tienes un pelo de tonto. Bien por ti.
¿Y por qué no? El espejo, el ombligo y todo lo demás. Siempre es bueno pensar un poco en como ilustrarías tu personaje en primera persona singular.
Ni de tonto, ni de listo; pelos, pocos. El espejo y el ombligo son dos puntos de vista muy diferentes, antagónicos casi, y puede ocurrir que pases de uno a otro sin darte cuenta. O dándote, que es todavía más patético
El ombligo y el espejo. Cuestión compleja. ?Antagónicos? No lo creo.
Mirarse al espejo y mirarse el ombligo. No es lo mismo. Insisto: dos puntos de vista antagónicos
Acciones propias de personas amantes de la primera persona. Mi, me, conmigo.
O en inglés, que viene a ser lo mismo pero suena mejor
Remasterizados en FNAC.
Si reflejas lo que hay a tu alrededor, saldrás tú, quieras o no. Siempre se está ahí. "Canta a tu aldea y cantarás al mundo", decía Tolstoi. Canta a tu ambiente y aparecerás tú, añado yo, con mucha menos gracia y grandeza. Pero es así. De lo demás, tú mismo juzga.
Conocía la sentencia de Tolstoi, pero no la tuya. Muy ciertas ambas. Creo, además, que una lleva a la otra y la otra a la una. Siempre que las cosas se hagan bien, claro, pero eso no está al alcance de cualquiera.
Intenta correr muy rápido, mentalmente, y quizá te separes de ti tanto que consigas ser tu protagonista. Desdoblate y sé Murakami o cualquier otro. Por último, niega que lo escrito sea tuyo.
Correr muy rápido mentalmente es difícil para mí, que soy un lento patológico. A los desdoblamientos de personalidad les tengo pánico. La tercera opción es la que más me gusta: negar que lo escrito sea mío. Me dan ganas muchas veces
No es fácil reflejar lo que uno quiere, y mucho menos a uno mismo..
Es probable que uno se refleje mejor cuando no lo intenta. Incluso cuando intenta evitarlo
Publicar un comentario