Rodada en otoño de 1929 y estrenada, según cuentan las crónicas (y la Wikipedia), el 11 de enero de 1930, abriéndose camino por entre los últimos estertores de la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, «El Misterio de la Puerta del sol» es la primera película sonora del cine español. O quizá, para ser más precisos, deberíamos decir parcialmente sonora. Porque, tomando a pies juntillas aquello de estar en fase de transición del cine mudo al cine sonoro, la película alterna, precisamente, tramos silentes y tramos con sonido, haciendo honor así a su inclusión en nuestra sección «Cinema Prehistórico».
¿Algo sobre lo que llamar la atención en la película, amén de lo que en sí misma pueda tener de curiosidad histórica? Pues sí, alguna que otra cosa.
Por ejemplo, las estridentes voces de unos actores que aún no se han adaptado al cine sonoro. De hecho, no todos lo conseguirán. Muchos de ellos pasarán al archivo, primero, y al olvido después. Huelga decir que, a lo largo de la película, se les ve mejor y más sueltos cuando no se les oye. El bello histrionismo de los actores del cine mudo se convierte en algo chillón cuando se le añade el sonido, y aquí podremos comprobarlo sin necesidad de cambiar de película.
Tenemos también, claro, los casi inevitables números musicales, esa terrible servidumbre del primer cine sonoro, aquí en su versión más hispana. Sólo para amantes de la canción española, la copla y aledaños.
Hay, además, algo de humor. De un cierto humor, al menos. Un humor algo ingenuo, por decirlo de alguna forma, pero que, si bien es difícil que nos haga reír a estas alturas, al menos nos permitirá descubrir que el número supuestamente cómico con el que los hermanos Cadaval (aka Los Morancos) saltaron a la fama en un programa especial de una ya lejana Nochevieja, encuentra un antecedente directo en esta vieja película de los años veinte.
Como siempre me ocurre con estas películas prehistóricas, me fascinan los exteriores. Gracias a ellos podremos ver, sin necesidad de decorados ni de recreación digital, el aspecto que presentaba la Puerta del Sol en 1929. Fascinante. O estremecernos ligeramente, ahora que ha transcurrido más de un año desde la tragedia, ante el emplazamiento de un cabaret llamado Bataclán en el número 40 del Paseo de Rosales. Que sí, existió, como lo prueba el anuncio que aparece en la página 6 de este ejemplar del Heraldo de Madrid del miércoles, 5 de septiembre de 1928 (edición de noche). Por cierto que, dicho sea de paso, también a este periódico se le asigna un papel de cierta relevancia en la película.
Hay, además, algo de humor. De un cierto humor, al menos. Un humor algo ingenuo, por decirlo de alguna forma, pero que, si bien es difícil que nos haga reír a estas alturas, al menos nos permitirá descubrir que el número supuestamente cómico con el que los hermanos Cadaval (aka Los Morancos) saltaron a la fama en un programa especial de una ya lejana Nochevieja, encuentra un antecedente directo en esta vieja película de los años veinte.
Como siempre me ocurre con estas películas prehistóricas, me fascinan los exteriores. Gracias a ellos podremos ver, sin necesidad de decorados ni de recreación digital, el aspecto que presentaba la Puerta del Sol en 1929. Fascinante. O estremecernos ligeramente, ahora que ha transcurrido más de un año desde la tragedia, ante el emplazamiento de un cabaret llamado Bataclán en el número 40 del Paseo de Rosales. Que sí, existió, como lo prueba el anuncio que aparece en la página 6 de este ejemplar del Heraldo de Madrid del miércoles, 5 de septiembre de 1928 (edición de noche). Por cierto que, dicho sea de paso, también a este periódico se le asigna un papel de cierta relevancia en la película.
Me quedo también con el detalle de que alguien se hubiese lanzado a hacer cine sobre cine ya entonces, prácticamente en los albores del séptimo arte. ¿Acaso ya intuían la grandeza de este invento? ¿O se trata tan solo de una manifestación, una más, de la inveterada costumbre de mirarse el ombligo? Un poco de todo, posiblemente.
Encontraremos, por último, ingenuidad. Mucha ingenuidad. Ingenuidad a raudales. La que destila la película y la que se presume al público. Toda la ingenuidad que nos falta casi noventa años después... y un poco más, si cabe. Y es que estas películas hay que verlas con cierto cariño, no lo olviden.
Así que, ya saben, desempolven la poca ingenuidad que les quede, si es que les queda alguna, ármense con todo el cariño del que puedan disponer tras haber cumplido en el terreno de los afectos con parejas, hijos, amigos y familiares, y abran en su vida un paréntesis de apenas una hora y once minutos para disfrutar de El Misterio de la Puerta del Sol o El Último Día de Pompeyo. De Pompeyo Pimpollo, para más señas.