Hoy, en nuestras secciones «Cinema prehistórico» y «Recomendaciones a las que, por supuesto, nadie hará caso», rescatamos La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América, una joya de 1916 que cumple precisamente ahora, en efecto, cien años. Porque si algo sabemos aquí es contar, sumar y restar con un margen de error aceptable. Bueno, pues eso: como decía, cien años contemplan a esta superproducción franco-española. Entiéndase por superproducción, conforme a los cánones de la época, y según cuentan las crónicas, que su coste anduvo en torno al millón de pesetas y que en su rodaje se emplearon, ojo, hasta tres cámaras. Y la verdad es que se nota. No, en serio. Hay que ubicarse espacio-temporalmente y dedicar a esas imágenes una mirada algo más ingenua que la del espectador contemporáneo que somos. Conseguido esto, el resto es cuesta abajo.
De entre las muchas virtudes de la película, que las tiene y que no me voy a poner a enumerar aquí y ahora para no cansar al lector y para no ponerme en evidencia, hay una que no me resisto a pasar por alto: los fascinantes exteriores rodados en La Alhambra. Una Alhambra luminosa que en la película aparece muy distinta de la que hoy podemos visitar de forma programadísima y organizadísima. Merece la pena admirarla así, créanme.
La película se puede ver en los dos siguientes enlaces:
a) La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América, en Europeana 1914-1918. Una vez en la web, pulsen en el recuadro gris donde pone Play video, aunque no aparezca ninguna imagen.
b) La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América, en YouTube. En este caso, voy a dar por supuesto que todo el mundo conoce el funcionamiento.
A día de la fecha, la película está a la vuelta de esos dos enlaces, pero no pierdan de vista la proverbial volatilidad que rige el mundo Internet. Hoy están, mañana quién sabe.
En el primer enlace, la película se muestra tan muda como fue concebida en su momento. En el segundo, se escucha de fondo un molesto soniquete con reminiscencias morunas que aconsejo silenciar, salvo a los incondicionales de los sonidos étnicos. De hecho, salvo a los muy incondicionales. Tanto el soniquete como el silencio pueden ser sustituidos por musica, y para el caso que nos ocupa, qué mejor que la Sinfonía nº 9 de Antonín Dvořák, conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. Os lo pongo fácil:
La duración de la película supera a la de la música, así que lo mejor es poner ésta última en bucle y desentenderse hasta el final. Quienes opten por hacerlo así, comprobarán cómo, poco a poco, y de forma hasta cierto punto sorprendente, la música se irá amoldando a las imágenes, a la historia y a la fantástica gesticulación teatral de los actores mudos, como un lienzo de seda húmedo a un cuerpo desnudo. Supongo que eso ocurrirá con cualquier otra pieza y, sobre todo, a cualquiera que, lamentablemente, carezca de oído y entendimiento musical. Qué le vamos a hacer.
En fin, como quiera que sea, con oído o sin él, toda una experiencia estética. Me pregunto si habrá alguien que disponga de un una hora y cuarenta y dos minutos para disfrutarla.