Rescatando ropa vieja de un armario oscuro

18 julio 2016

La gente de Colectivo Iletrados, gente joven e inquieta (bueno, joven... en fin, más joven que yo, seguro; pero muy inquieta, eso sí), la gente de Colectivo Iletrados, decía, tuvo a bien publicar uno de mis textos en el número 16 de su Manifiesto Azul. Y no sólo eso. Me invitaron, además, a la fiesta de presentación del susodicho Manifiesto, y me ofrecieron leer allí mismo, en voz alta y en presencia de un distinguido y numeroso público, el texto que me habían publicado. Quien me conoce y ha visto cómo suelo desenvolverme en una fiesta y los claros que se van abriendo a mi alrededor, sabe que esa invitación y el consiguiente ofrecimiento nos hablan de gente, además de joven e inquieta, temeraria. Francamente temeraria. Seguro que esa misma invitación y ese mismo ofrecimiento a los demás escritores que allí publican, en esta y en otras ocasiones anteriores, ha dado un resultado más que satisfactorio. Y seguro que lo habrán pasado muy bien. Pero eso no les exime de responsabilidad: su invitación a ciegas (de la que tengo pruebas por escrito) no deja de ser una imprudencia que pudo acabar en desastre. Finalmente, una inoportuna (o no, quién sabe) gripe que me tuvo postrado en cama me impidió asistir, así que nadie tuvo que sufrir las consecuencias de tan temerario acto. Mejor para todos, por supuesto, pero sería deseable que esto no caiga en el olvido y sirva de aviso a navegantes

Bien, pues de todo esto hace ya unos meses, pero no he visto el momento de ponerme a contarlo. O no he querido verlo, que es aún peor. Al final, la cuasi obligación que me impuse de dejar constancia aquí de estos pequeños hitos me ha forzado a hacerlo. Y aquí estoy, dejando constancia. Para la posteridad y eso.

El caso es que ese texto recién publicado no es precisamente un texto reciente. Lo escribí en diciembre de 2006, con la lengua fuera, deprisa deprisa, en aquellas intensas sesiones de escritura creativa en las que Félix Romeo, después de dejarnos claro y meridiano que ninguno de nosotros sería un gran escritor, nos convenció para que, no obstante, lo intentásemos. Lo coloqué aquí en 2008. Más tarde, una vez que tuve la ocurrencia de intentar publicar los relatos que había escrito, lo retiré. Pedí consejo para hacerlo. Para publicarlos, quiero decir. Me fue dado telemática y generosamente por Rubén Castillo, que luego me bloqueó en alguna red social por culpa de un malentendido (quiero pensar), pero esa es otra historia. Ni siquiera lo intenté. Ni siquiera intenté publicarlos, quiero decir. La pereza y otras consideraciones que no vienen al caso lo impidieron. Y luego algunos de esos relatos empezaron a salir poco a poco en una u otra revista. Y esos, los que salen publicados en una u otra revista, los vuelvo a publicar aquí. Pero eso no es escribir. Eso no es más que rescatar del armario un viejo jersey al que tenías cariño y volver a ponértelo cuando todo el mundo había olvidado que existía. Con un poco de suerte, si se conserva bien, puede incluso parecer, si no nuevo, del año pasado. Pero mucho me temo que éste no sea el caso

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