Los bragueros con que el Volterra les cubrió el sexo a las figuras que había pintado Miguel Ángel expresan la realidad del tiempo que sucedió al del pintor. Al fin y al cabo, Miguel Ángel y Rafael entraron a saco en lo que habían hecho Perugino, Pinturicchio y Sodoma: cada época tiene sus principios de realidad. En Roma, en Grecia, en el Renacimiento, el cuerpo tenía una frescura matinal, y en el barroco, en cambio, una turbiedad de carnes mal ventiladas que había que escamotear, rozarse con ellas sólo en la oscuridad. La ropa defiende, en el barroco, de lo fétido, de lo sucio, de lo enfermo, mientras que la desnudez renacentista exalta lo hermoso, lo saludable. Las ideas lo impregnan todo, la carne del Renacimiento es carne que acaba de salir del baño, que vive; la del barroco es carne mugrienta, condenada a morir; la vida barroca, veloz carrera hacia la muerte (el tema en el que Silvia tanto ha trabajado cuando estudió con Elisa, la profesora de arte amiga de Matías: bodegones, naturalezas muertas, frutas maduras, en su plenitud, al punto de iniciar el proceso de podredumbre, faisandages). Quienes contemplaban los cuerpos no los veían hermosos u horribles por ellos mismos, no eran los cuerpos sólo una reproducción escandalosa de la carne. Representaban ideas, doctrinas que impregnaban la realidad, que estaban más allá de la simple realidad táctil.
Rafael Chirbes
en Crematorio (2007)