Feliz año

29 diciembre 2014

Ya lo hice el año pasado, y no me fue del todo mal. Al menos, no me fue peor que siguiendo la fórmula tradicional. Así que voy a repetir: aprovechando que es lunes, empiezo ya el año nuevo y voy adelantando, que luego siempre pierdo mucho tiempo. En términos de tiempo neto perderé mucho más que estos tres días, pero menos da una piedra. Además, si tuviese que adelantar todo el tiempo que voy a perder este próximo año, me encontraría con dos graves problemas. El primero, la necesidad de hacer una estimación lo más aproximada posible de cuánto va a ser ese tiempo que supuestamente voy a perder, lo que, además de la intrínseca dificultad que entraña semejante cálculo apriorístico, puede suponer un notable factor de desmotivación de cara al cumplimiento de mis buenos propósitos, que no son pocos. Y el segundo, pero no por eso menos importante... vaya, lo he olvidado... ¡ah, sí! El segundo problema es que, si llegase a saber con cierta aproximación cuánto tiempo voy a perder y de verdad quisiera recuperarlo con antelación, probablemente tendría que adelantar en varios meses la entrada del nuevo año, y si ese encabalgamiento lo multiplicamos por el número de años que me restan por vivir (que, dicho sea de paso, espero que sean muchos), todo acabaría complicándose en exceso y probablemente terminaría viviendo en un calendario alternativo, lo que a su vez me impediría saber con certeza y con la suficiente antelación cuándo juega el Madrid. Descartado, por lo tanto. Me conformaré con estos tres días de adelanto, que coinciden con el inicio de una nueva semana. La semana, esa unidad temporal por excelencia, nunca valorada en su justa medida. En fin, que 2015 sea un buen año para cuanta más gente, mejor, pero sobre todo para los que habéis llegado leyendo hasta aquí. Os tengo que querer. Y feliz semana, por supuesto.

Entre (y siéntese)

27 noviembre 2014

– Buenas, ¿se puede?
– Adelante. Entre y siéntese.
– Gracias.
– Bien, usted dirá.
– Bueno, pues verá... yo soy una canción.
– Sí, ya veo. O para ser precisos, ya oigo. ¿Y cuántos años tiene?
– Uf... muchos, preferiría no hablar de eso.
– Pues parece usted bastante joven.
– Sí, bueno... depende de cómo se me oiga, claro.
– No, de verdad se lo digo. Se conserva usted muy bien.
– Bueno... supongo que no está bien que lo diga yo, pero alguna vez me han dicho que soy un clásico, un tema intemporal.
– Y no les falta razón, puede creerme.
– Vaya, me halaga usted.
– Estaba pensando... ¿tiene usted planes para esta noche? ¿Le gustaría sonar conmigo?
– ¿Está usted loco, joven? Podría ser su abuela.
– Oh, por favor... olvide sus prejuicios, no permita que la edad se interponga entre nosotros. Esto podría ser el comienzo de una hermosa amistad.
– Imposible. Olvídelo, se lo ruego.
– ¿Tal vez en otra ocasión?
– No insista, joven. Ya le digo que no es posible. No estaría bien.
– De acuerdo, como usted prefiera. En fin... de todas formas estaré escuchando por ahí, por si cambia usted de opinión. Si me necesita, suene.

Trastorno bipolar

19 septiembre 2014

(...) Los seres humanos aspiramos a ser más de uno. No nos basta con ser una sola persona. De ahí la necesidad de vivir aventuras, de tener dos mujeres o dos hombres o dos trabajos. Aunque al final esta dualidad sea insostenible. El problema es que los seres humanos somos más de uno pero menos de dos. Se trata de una superdotación y al mismo tiempo de una tragedia. (...)

Javier Moreno
en Alma (2011)

Sin comentarios

02 agosto 2014

Tal día como hoy, hace exactamente cien años, Kafka escribió en su diario:

Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación. 

No hace falta decir nada más. O sí. 

En cueros

07 julio 2014

Los bragueros con que el Volterra les cubrió el sexo a las figuras que había pintado Miguel Ángel expresan la realidad del tiempo que sucedió al del pintor. Al fin y al cabo, Miguel Ángel y Rafael entraron a saco en lo que habían hecho Perugino, Pinturicchio y Sodoma: cada época tiene sus principios de realidad. En Roma, en Grecia, en el Renacimiento, el cuerpo tenía una frescura matinal, y en el barroco, en cambio, una turbiedad de carnes mal ventiladas que había que escamotear, rozarse con ellas sólo en la oscuridad. La ropa defiende, en el barroco, de lo fétido, de lo sucio, de lo enfermo, mientras que la desnudez renacentista exalta lo hermoso, lo saludable. Las ideas lo impregnan todo, la carne del Renacimiento es carne que acaba de salir del baño, que vive; la del barroco es carne mugrienta, condenada a morir; la vida barroca, veloz carrera hacia la muerte (el tema en el que Silvia tanto ha trabajado cuando estudió con Elisa, la profesora de arte amiga de Matías: bodegones, naturalezas muertas, frutas maduras, en su plenitud, al punto de iniciar el proceso de podredumbre, faisandages). Quienes contemplaban los cuerpos no los veían hermosos u horribles por ellos mismos, no eran los cuerpos sólo una reproducción escandalosa de la carne. Representaban ideas, doctrinas que impregnaban la realidad, que estaban más allá de la simple realidad táctil.

Rafael Chirbes
en Crematorio (2007)

A veces, el tamaño sí importa

30 junio 2014

Ayer se me complicó la tarea de matar la tarde, la semana y casi el mes, por culpa de una ligera cuestión sin aparente importancia, una cuestión que tal vez a primera vista podría dar la sensación de no tener mucho sentido, y que incluso podría parecer absurda. Sobre todo un domingo por la tarde. Sobre todo en junio. Sobre todo en una terraza con vistas al mar. Pero vamos, el caso es que me la complicó. Y como no me gustaría que me volviera a suceder, es decir, como no me gustaría que esa ligera cuestión sin aparente importancia me volviese a complicar otra tarde de domingo, ni otra tarde de junio, ni otra tarde en una terraza con vistas al mar, busco respuesta. En concreto, busco respuesta a la siguiente pregunta: ¿cuándo estoy leyendo un relato (o cuento) y cuándo estoy leyendo una novela? Parece fácil, ¿verdad? Pues no, no es tan fácil. Hay ejemplos evidentes de cuentos (o relatos), como los hay de novelas. Pero, ay amigo, y ahí es donde radica el problema, también hay supuestos fronterizos que uno nunca sabe en qué categoría ubicar.

Pues no los ubique. Léalos usted, que es de lo que se trata. Y a otra cosa.

Hay mucho de sensatez en esa respuesta a bote pronto, por supuesto, pero también hay algo de escaqueo dialéctico y una cierta pereza intelectual. Lo sé bien porque yo, precisamente, estoy doctorado en ambas materias. Así que no me vale. Quiero una respuesta. Y me dispongo a buscarla.

He pensado en consultar con los anglosajones, que son los que de verdad saben de esto, pero he caído en la cuenta de que, no sólo no me solucionarían la cuestión, sino que ellos, incluso, me la podrían complicar aún más. Porque nosotros hablamos de cuento o relato indistintamente para referirnos más o menos a la misma cosa, ¿no? Pero ellos no, ellos distinguen entre tale, story y novel. Así que donde teníamos una confusa zona fronteriza, pasaríamos a tener dos. Total, que en todas partes cuecen habas.

A mí, en principio, no se me ocurre más criterio divisorio que el número de páginas. O de palabras. O de caracteres. El tamaño, vamos. Se trata de un criterio numérico, objetivo, y por lo tanto, cabría pensar que fácilmente definible. Entonces, ¿porqué nadie lo ha definido? ¿Eh? Pues no lo sé a ciencia cierta, pero supongo que se deberá a la falta de consenso, que es la causa última casi todos nuestros males. Si es así, hago un llamamiento público (público... ja, ja) a todos los lectores, escritores y editores de buena voluntad para que nos pongamos de acuerdo en una cuestión bien sencilla: cuál es el número máximo de páginas que debe tener un relato (o cuento), es decir, a partir de qué número de páginas una narración deja de ser un cuento (o relato) para convertirse en una novela. Venga, vamos, no es tan difícil. Yo, por mi parte, acepto de buen grado cualquier tipo de sugerencia al respecto. Y si los anglosajones quieren trazar, además, una frontera bien definida entre tale y story, pues muy bien, que la tracen, no nos oponemos. Pero que se apañen entre ellos, eso sí.

Y bueno... pues más o menos este tipo de cuestiones y problemas es lo que viene siendo la interesantísima historia de mi vida. O el cuento de mi vida. O el relato de mi vida. O la novela de mi vida. O lo que sea.

Un breve paréntesis en medio de nada

27 mayo 2014

Abro aquí un pequeño paréntesis en tan dilatado lapso de tiempo sin escribir nada, para retomar por unos momentos este mal llamado diario. Y retomo este mal llamado diario para dejar constancia en él de algo que sucedió hace ya casi dos meses y, por lo tanto, carece por completo del tirón de lo novedoso. Pero entre que me gusta recordarlo y que, no nos engañemos, publicado en su momento hubiera carecido igualmente del susodicho tirón, me ha parecido que éste era tan buen momento como cualquier otro para divulgar este asunto. ¿Se puede decir «divulgar» en este contexto? Bueno, daré por supuesto que sí. 

En fin, a lo que iba. Como decía, hace ahora casi dos meses, en los primeros días del mes de abril, la revista Narrativas publicó uno de mis cuentos. Qué amables, ¿verdad? Y qué majos. Y qué buenos amigos y/o familiares debo tener en su consejo de redacción, y yo sin saberlo. El caso es que sí, en efecto, me lo han publicado, y tengo pruebas: la revista completa en formato epub, la revista completa en formato pdf y mi cuento en formato pdf, tal como ha salido publicado en la revista.

Por lo demás, nada. Pero nada de nada. No sólo no me he puesto a escribir, sino que tampoco he tirado de fondo de armario para intentar publicar en alguna revista, como venía haciendo últimamente. Eso que nos ahorramos todos. En mi descargo diré que estoy viviendo, y eso me lleva mucho tiempo. De hecho, casi todo mi tiempo libre.

Como quien oye llover

27 abril 2014

(...); la frase permanecía en forma de numerosas partículas, nunca creaba una ola; no tenía paciencia para releer la misma página una y otra vez hasta que las palabras dejaran de ser meros puntos para formar una línea. Llegué a la conclusión de que, mucho más que cualquier argumento o sentido convencional, me importaba la mera direccionalidad que sentía al leer prosa, la textura del tiempo al pasar, la máquina blanca de la vida. Incluso en las escenas más dramáticas, cuando Natasha está de pronto junto a él o lo que sea, lo que me conmovía era menos el patetismo de la reunión y la muerte que la acción de preposiciones, conjunciones, etcétera; el movimiento de la predicación era más conmovedor que lo predicado.

Leer poesía, si es que «leer» es la palabra, era otra cosa completamente distinta. La poesía repelía mi atención, era opaca y material y se negaba a absorberme; sus artículos y conjunciones y preposiciones no conseguían disolverse en un sentimiento y una velocidad; podías caerte en los huecos entre las palabras mientras intentabas unirlas; y, no obstante, al negarse a absorberme, el poema ofrecía la posibilidad de una forma más elevada de absorción de la que yo no era digno, una experiencia profunda inalcanzable desde la vida dañada, y así el poema devenía una figura por su exterior. Me era mucho más fácil leer un poema en español que prosa en el mismo idioma porque toda la ignorancia y la duda y el fracaso que implicaba tratar de experimentar el poema me resultaba familiar, era lo que confería un poder negativo a todo poema, el hecho de no conmoverme, ni tan siquiera un poco; mi incapacidad para captar o ser captado por el poema en español se semejaba tanto a mi incapacidad para captar o ser captado por el poema en inglés que, en ese sentido, me sentía como un hablante nativo (...)

Ben Lerner
en Saliendo de la Estación de Atocha (2011)

¿Y tú, qué harías?

13 marzo 2014

Pero, sobre todo, ¿qué haría yo? ¿Qué hacer en semejante tesitura? La verdad es que no tengo ni idea. ¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

Una premonición

13 febrero 2014

Hace hoy cien años, contando un sueño que había tenido, Kafka escribió en su diario lo siguiente:

«(...) Veo siempre en la mano de uno un libro que es parecido a un plano. Pero resulta que contiene siempre algo diferente por completo, una lista de las escuelas berlinesas, una estadística de impuestos o algo por el estilo. No quiero creerlo, pero me lo demuestran sin la menor duda, sonriendo» 

¿Os suena?

No eres tú, soy yo

07 enero 2014

¿Qué significa la palabra hogar? ¿Qué significa la palabra ser? ¿Qué significa la palabra estar? ¿Qué significa que no sientes nada cuando con los dedos te toco la espalda? ¿Qué significa no me das calor? ¿Qué significa la palabra amor? Depende. Depende, supongo, del contexto lingüístico, situacional o sociocultural. Porque la semántica no lo es todo en esta vida.

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