Querida Annie:
«¿Qué harías si pensaras que has perdido quince años de tu vida?» ¿Me tomas el pelo? No sé si alguien te lo habrá dicho alguna vez, pero soy el peor experto del mundo en este asunto concreto. Me refiero a que es obvio que he perdido más de quince años de mi vida, pero espero que pases por alto esos años de más y me mires como a un espíritu afín. Quizá incluso como a un gurú.
Antes que nada, tienes que rebajar mucho esa cifra. Haz una lista de todos los buenos libros que has leído, de las películas que has visto, de las conversaciones que has tenido, y así sucesivamente, y asigna a todas esas cosas un valor temporal. Con un poco de contabilidad creativa, podrás reducir esos quince años a diez. Yo he rebajado los míos a esa cantidad, aunque he hecho trampas aquí y allí. He incluido en la rebaja, por ejemplo, todos los años de mi hijo Jackson, que se ha pasado un montón de esos años perdidos en el colegio y dormido.
Me gustaría decir que todo lo que ingresas en aproximadamente una década te lo puedes descontar en concepto de pago de impuestos, pero no es así como me siento. Me sigue poniendo enfermo todo el tiempo que he perdido, pero sólo me lo confieso a mí mismo justo antes de conciliar el sueño, y por eso quizá no soy el mejor de los durmientes. ¿Qué puedo decirte? Si realmente fue un tiempo perdido –y necesitaría revisar tus libros biográficos con detenimiento ante de poder confirmarte este punto–, tengo malas noticias para ti: es tiempo pasado. Tal vez puedas añadir unos años más a tu vida dejando las drogas, o el tabaco, o yendo al gimnasio todos los días, pero me temo que pasados los ochenta los años no son tan divertidos como se dice.
Sabes, siquiera por mi dirección de e-mail, que tengo debilidad por Dickens; ahora mismo estoy leyendo sus cartas. Son doce volúmenes, y cada uno de ellos tiene varios centenares de páginas. Si sólo hubiera escrito cartas, habría tenido ya una vida bastante productiva, pero no sólo escribió cartas. También hay cuatro volúmenes de sus artículos periodísticos, y bien gruesos. Dirigió un par de revistas. Tuvo una vida amorosa intensa y no convencional, y unas cuantas amistades memorables. ¿Me olvido de algo? O sí: es autor de una docena de las grandes novelas en lengua inglesa. Así que estoy empezando a preguntarme si mi apasionamiento con él no lo causa, en parte al menos, el hecho de que Dickens sea lo opuesto a mí. Es ese hombre cuya vida miramos y pensamos: Dios, no anduvo haciendo el tonto... Es algo que sucede, ¿no? El que la gente se sienta atraída por sus opuestos.
Pero no hay mucha gente como el viejo Charlie. La mayoría de los humanos no crean obras destinadas a durar. Venden anillas de cortinas, como el personaje de aquella película interpretado por John Candy (bueno, las anillas pueden durar; pero probablemente no son algo de lo que la gente habla cuando uno pasa a mejor vida). Así que no se trata de lo que haces. No puede tratarse de eso, ¿verdad? Tiene que tratarse de cómo eres, de cómo amas, de cómo te tratas a ti mismo y a quienes te rodean, y eso es lo que a mí me corroe por dentro. Me pasaba el tiempo bebiendo y viendo la televisión, sin amar a nadie, ni a esposas ni a amantes ni a hijos, y eso sí que no hay manera de maquillarlo. Por eso Jackson es algo tan importante. Es mi última esperanza, y derramo todo lo que me queda sobre la cabeza de ese chiquillo mío. ¡De ese pobre crío! A menos que supere los logros combinados de Dickens, JFK, James Brown y Michael Jordan, me habrá defraudado. Aunque yo no estaré aquí para verlo.
Tucker.
Nick Hornby
en Juliet, desnuda (2009)