Aunque parezca increíble, o para ser más preciso, aunque pueda parecer síntoma de una idiocia profunda, continúo perseverando en la línea de osadía e insensatez a la que me refería hace unas semanas: le he echado un par de huevos y he enviado un cuento a una prestigiosa revista, a ver si ellos le echan otro par y me lo publican. En mi descargo diré que se trata de una revista virtual, así que, en el improbable supuesto de que consigamos sumar cuatro huevos en el mismo morral, no incurriremos en consumo injustificado de papel ni se inferirá daño alguno a los bosques de la tierra. Dicho queda.
Parecen, además, amables y buenos chicos. Los de la revista, digo. Aseguran que leerán el relato con interés. En realidad, lo que dicen es que leen con interés todas las colaboraciones. Colaboraciones espontáneas, entiendo, puesto que no establecen restricciones a ese respecto, así que he decidido que sí, que leerán mi relato con interés. Y me doy con un canto en los dientes: si no otra cosa, tendré al menos un lector más. O varios, a lo mejor. Y no es cuestión de ir despreciando lectores, estando el panorama como está.
Lo que más me ha chocado es que me pidan, junto al relato, una breve nota biográfica. Entiendo que se refieren a un currículo literario, porque no veo que les pueda interesar el conjunto de mi peripecia vital, tan anodina y de andar por casa ella. Que si nací tal año y en tal sitio, que si estudié esto y lo otro, que si vivo acá, que si trabajo allá, que si me casé o me quedé soltero, que si tengo hijos o los dejo de tener. No, evidentemente se trata de una breve nota biográfico-literaria. «Y tan breve», es lo primero que he pensado. Breve a la fuerza. La sencilla brevedad que da la inexistencia. He estado a punto de pedirles —por favor, eso sí— que me publicasen el relato aunque sólo fuese para que la próxima vez que me dirija a una revista literaria, o me presente a un concurso, o envíe escritos a un editor, tenga algún contenido que darle a la breve nota biográfica de turno.