Han pasado semanas, tal vez meses ya. No podría precisar cuánto tiempo hace, pero estoy seguro de que no era una noche fría. Claro que ese dato no es de gran ayuda porque aquí, al cabo del año, son muy pocas las noches frías. Menos mal. Los vi cuando regresaba a casa por la calle Santa Teresa. Era tarde, una hora inusual para mí. Una hora que tenía casi olvidada. En la antesala de una de esas cajas de ahorro que se han transformado en banco ―una de las más solventes, en eso hay que elogiarles el gusto― dos hombres dormían sobre cartones y liados en mantas viejas. Uno dentro, junto al cajero. El otro fuera, delante de la puerta. Todavía hay clases.
La península de las casas vacías
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Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La
península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los
m...
Hace 2 días
2 comentarios:
Y seguro que esas clases tienen razones igual de absurdas que las consabidas para diferenciarse.
O más, quizá, pero no era cuestión de despertarlos para averiguarlo
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