– Buenas, ¿se puede?
– Adelante. Entre y siéntese.
– Gracias.
– Bien, usted dirá.
– Bueno, pues verá... yo soy una canción.
– Sí, ya veo. O para ser precisos, ya oigo. ¿Y cuántos años tiene?
– Uf... muchos, preferiría no hablar de eso.
– Pues parece usted bastante joven.
– Sí, bueno... depende de cómo se me oiga, claro.
– No, de verdad se lo digo. Se conserva usted muy bien.
– Bueno... supongo que no está bien que lo diga yo, pero alguna vez me han dicho que soy un clásico, un tema intemporal.
– Y no les falta razón, puede creerme.
– Vaya, me halaga usted.
– Estaba pensando... ¿tiene usted planes para esta noche? ¿Le gustaría sonar conmigo?
– ¿Está usted loco, joven? Podría ser su abuela.
– Oh, por favor... olvide sus prejuicios, no permita que la edad se interponga entre nosotros. Esto podría ser el comienzo de una hermosa amistad.
– Imposible. Olvídelo, se lo ruego.
– ¿Tal vez en otra ocasión?
– No insista, joven. Ya le digo que no es posible. No estaría bien.
– De acuerdo, como usted prefiera. En fin... de todas formas estaré escuchando por ahí, por si cambia usted de opinión. Si me necesita, suene.