«Tan profundamente enraizado parece ser su horror respecto a ese hombre», dijo Nicholas, «que apenas puedo creer que realmente sea su hijo. La naturaleza no parece haberle insuflado en el pecho el más leve sentimiento de afecto por él, y es seguro que ella no se equivoca».
«Mi querido señor», respondió el Sr. Charles Cheeryble, «usted cae en el error muy común de atribuirle a la naturaleza asuntos con los que ella no tiene la menor conexión, y de los cuales no es culpable en absoluto. Los hombres hablan de la naturaleza en abstracto, y al hacerlo pierden de vista lo que es natural. Aquí tenemos a un pobre muchacho que nunca ha sentido el cuidado de un padre, que no ha conocido sino sufrimiento y dolor en toda su existencia, y que es presentado a un hombre que dice ser su padre, y cuyo primer acto es dar a conocer su intención de poner fin a su breve período de felicidad y reintegrarlo a su antiguo destino, privándolo del único amigo que jamás tuviera... que es usted. Si la naturaleza, en un caso como ese, pusiera en el pecho de ese muchacho un solo impulso secreto que lo urgiera a irse con su padre y alejarse de usted, sería una mentirosa y una idiota».
Nicholas estaba encantado de oír al anciano hablar con tanta cordialidad, y esperanzado de que continuara expresándose en los mismos términos permanecía en silencio.
«Con ese mismo error tropiezo yo, de una u otra forma, a cada paso», dijo el Sr. Cheeryble. «Padres que nunca mostraron su amor se quejan de falta de afecto natural por parte de sus hijos... hijos que nunca mostraron su obediencia, se quejan de falta de sentimiento natural en sus padres... juristas que encuentran a ambos tan desgraciados que sus afectos jamás pudieron desarrollarse por falta del sol de la vida, alzan la voz para moralizar a los padres y también a los hijos, y proclamar que se están pasando por alto los propios vínculos de la naturaleza. Los afectos y los instintos naturales, mi querido señor, son las más bellas obras del Todopoderoso, pero al igual que otros hermosos trabajos Suyos, tienen que ser cultivados y promovidos, o será natural que queden totalmente oscurecidos, y que nuevos sentimientos usurpen su sitio, del mismo modo que si las más dulces producciones de la tierra permanecen sin cuidado son estranguladas por las malas hierbas y las zarzas. Ojalá con más frecuencia tomáramos esto en cuenta, y recordando las obligaciones naturales a su debido tiempo habláramos de ellas más oportunamente».
Charles Dickens
en Nicholas Nickleby (1838-1839)