Entonces Lanzarote dejó de sonreír y en sus ojos brilló el asombro.
— ¿Por qué estás triste, señor? —preguntó Sir Kay.
— Triste no... bueno, puede que sí. Se trata de una pregunta. Puede que te parezca ofensiva.
— Conozco lo bastante a mi amigo para estar seguro de que no se atrevería a ofenderme. ¿Cuál es la pregunta?
— Eres hermano de leche del rey.
Kay sonrió.
— Así es. Nos alimentamos del mismo pecho, nos acunaron juntos, compartimos nuestros juegos, juntos cazamos y aprendimos a guerrear. Yo creía que era mi hermano hasta que se reveló que era hijo del rey Uther.
— Sí, lo sé. Y en los primeros años de turbulencia luchaste a su lado como un león. Tu nombre inspiraba terror en los enemigos del rey. Cuando los cinco reyes del norte emprendieron la guerra contra Arturo, mataste a dos de ellos con tus propias manos, y el mismo rey proclamó que tu nombre viviría para siempre.
Los Ojos de Kay brillaban.
— Es verdad —dijo en voz baja.
— ¿Qué pasó, Kay? ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué se burlan de ti? ¿Cómo decayeron tus bríos y te hiciste tímido? ¿Puedes decírmelo? ¿Lo sabes?
Los Ojos de Kay brillaban, pero era a causa de las lágrimas, no del orgullo.
— Creo que lo sé —dijo—, pero me pregunto si serías capaz de entenderlo.
— Cuéntame, amigo mío.
— Una piedra de granito capaz de quebrar un martillo por su dureza puede ser desgastada por la erosión de minúsculos granos de arena. Un corazón capaz de afrontar los golpes más adversos del destino puede ser erosionado por los pinchazos de los números, el acecho de los días, las sordas traiciones de la pequeñez, de la importante pequeñez. A los hombres podía combatirlos, pero los ejércitos de cifras que avanzaban por la página me derrotaron. Piensa en el catorce, XIV, un pequeño dragón de cola ponzoñosa, o en el ciento ocho, CVIII, un ariete minúsculo y destructivo. ¡Si no hubiera sido senescal! Para ti una fiesta es festiva..., para mí es un libro de hormigas voraces. Tantas ovejas, tanto pan, tantos odres de vino, ¿no nos olvidamos de la sal? ¿Dónde está el cuerno de unicornio para probar el vino del rey? Faltan dos cisnes. ¿Quién los robó? Para ti la guerra es un combate. Para mí son tantas varas de fresno para hacer lanzas, tantas astas de acero... contar tiendas, cuchillos, arneses de cuero... contar... contar hogazas de pan. Dicen que los paganos inventaron un número que equivale a nada, a un no, que se escribe como una O, una oquedad, un olvido. Podría coserme esa nada al pecho. Mira, ¿viste alguna vez a un hombre dedicado a los números que no se volviera bajo, mezquino, temeroso, con toda su grandeza carcomida por pequeñas cifras, así como las hormigas pueden comerse un dragón muy poco a poco y dejar un hato de huesos? Los hombres pueden ser grandes y a la vez falibles..., pero los números no fallan nunca. Supongo que es su rectitud implacable, su infalible, sucia y mezquina rectitud lo que nos destruye... burlones y tenaces, nos roen con sus ínfimos dientes hasta que de un hombre no queda más que un picadillo de terrores, muy bien desmenuzados y condimentados con náusea. La herida mortal de un hombre de números es un dolor de vientre que carece de gloria.
— ¡Entonces quema tus libros! Rompe tus cuentas y arrójalos al viento desde la torre más alta. Nada puede justificar la destrucción de un hombre.
— ¡Ah! Entonces no habría festines; en la guerra no habría lanzas ni comida que posibilitaran la batalla.
— ¿Entonces por qué se burlan de ti?
— Porque tengo miedo. Lo llamamos cautela, inteligencia, previsión, madurez mental, un sentido comercial conservador y eficaz... pero no es más que miedo, organizado e invencible. Empezando por las cosas pequeñas, le he tomado miedo a todo. Para un buen hombre de negocios, el riesgo es un pecado contra la sagrada lógica de los números. Para mí no hay esperanzas. Soy Sir Kay el Senescal y mi antigua gloria se ha derrumbado.
— Pobre amigo mío. No puedo comprenderte —dijo Lanzarote.
— Lo sabía. ¿Cómo podrías comprenderme? El escarabajo que vigila la muerte no está mordiéndote las tripas. Ahora déjame dormir. Ésa es mi oquedad, mi cero, mi nada.
— ¿Por qué estás triste, señor? —preguntó Sir Kay.
— Triste no... bueno, puede que sí. Se trata de una pregunta. Puede que te parezca ofensiva.
— Conozco lo bastante a mi amigo para estar seguro de que no se atrevería a ofenderme. ¿Cuál es la pregunta?
— Eres hermano de leche del rey.
Kay sonrió.
— Así es. Nos alimentamos del mismo pecho, nos acunaron juntos, compartimos nuestros juegos, juntos cazamos y aprendimos a guerrear. Yo creía que era mi hermano hasta que se reveló que era hijo del rey Uther.
— Sí, lo sé. Y en los primeros años de turbulencia luchaste a su lado como un león. Tu nombre inspiraba terror en los enemigos del rey. Cuando los cinco reyes del norte emprendieron la guerra contra Arturo, mataste a dos de ellos con tus propias manos, y el mismo rey proclamó que tu nombre viviría para siempre.
Los Ojos de Kay brillaban.
— Es verdad —dijo en voz baja.
— ¿Qué pasó, Kay? ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué se burlan de ti? ¿Cómo decayeron tus bríos y te hiciste tímido? ¿Puedes decírmelo? ¿Lo sabes?
Los Ojos de Kay brillaban, pero era a causa de las lágrimas, no del orgullo.
— Creo que lo sé —dijo—, pero me pregunto si serías capaz de entenderlo.
— Cuéntame, amigo mío.
— Una piedra de granito capaz de quebrar un martillo por su dureza puede ser desgastada por la erosión de minúsculos granos de arena. Un corazón capaz de afrontar los golpes más adversos del destino puede ser erosionado por los pinchazos de los números, el acecho de los días, las sordas traiciones de la pequeñez, de la importante pequeñez. A los hombres podía combatirlos, pero los ejércitos de cifras que avanzaban por la página me derrotaron. Piensa en el catorce, XIV, un pequeño dragón de cola ponzoñosa, o en el ciento ocho, CVIII, un ariete minúsculo y destructivo. ¡Si no hubiera sido senescal! Para ti una fiesta es festiva..., para mí es un libro de hormigas voraces. Tantas ovejas, tanto pan, tantos odres de vino, ¿no nos olvidamos de la sal? ¿Dónde está el cuerno de unicornio para probar el vino del rey? Faltan dos cisnes. ¿Quién los robó? Para ti la guerra es un combate. Para mí son tantas varas de fresno para hacer lanzas, tantas astas de acero... contar tiendas, cuchillos, arneses de cuero... contar... contar hogazas de pan. Dicen que los paganos inventaron un número que equivale a nada, a un no, que se escribe como una O, una oquedad, un olvido. Podría coserme esa nada al pecho. Mira, ¿viste alguna vez a un hombre dedicado a los números que no se volviera bajo, mezquino, temeroso, con toda su grandeza carcomida por pequeñas cifras, así como las hormigas pueden comerse un dragón muy poco a poco y dejar un hato de huesos? Los hombres pueden ser grandes y a la vez falibles..., pero los números no fallan nunca. Supongo que es su rectitud implacable, su infalible, sucia y mezquina rectitud lo que nos destruye... burlones y tenaces, nos roen con sus ínfimos dientes hasta que de un hombre no queda más que un picadillo de terrores, muy bien desmenuzados y condimentados con náusea. La herida mortal de un hombre de números es un dolor de vientre que carece de gloria.
— ¡Entonces quema tus libros! Rompe tus cuentas y arrójalos al viento desde la torre más alta. Nada puede justificar la destrucción de un hombre.
— ¡Ah! Entonces no habría festines; en la guerra no habría lanzas ni comida que posibilitaran la batalla.
— ¿Entonces por qué se burlan de ti?
— Porque tengo miedo. Lo llamamos cautela, inteligencia, previsión, madurez mental, un sentido comercial conservador y eficaz... pero no es más que miedo, organizado e invencible. Empezando por las cosas pequeñas, le he tomado miedo a todo. Para un buen hombre de negocios, el riesgo es un pecado contra la sagrada lógica de los números. Para mí no hay esperanzas. Soy Sir Kay el Senescal y mi antigua gloria se ha derrumbado.
— Pobre amigo mío. No puedo comprenderte —dijo Lanzarote.
— Lo sabía. ¿Cómo podrías comprenderme? El escarabajo que vigila la muerte no está mordiéndote las tripas. Ahora déjame dormir. Ésa es mi oquedad, mi cero, mi nada.
John Steinbeck
en Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros (1959)
en Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros (1959)
21 comentarios:
¿Qué no está justificada la destrucción? Este chico de la perla...
Lancelot era un romántico. Él mismo hizo pedazos unos cuantos, pero no los destruyó. Eso era otra cosa
Una preciosidad de texto. Me has recordado mi lectura, hace muchos años, pero que muchos, de este libro. Me dio como a los veintitantos por el ciclo artúrico y todas sus consecuencias literarias posteriores, y de todo lo que leí, éste era el más admirado. Steinbeck no decepciona nunca. Ahora mismo no sé en qué polvoriento estante tengo el libro. Creo que a mí también me destruyen los números.
Los judíos de tiempos bíblicos tenían prohibido contar los hombres, tampoco los ganados ni las cosechas. Era algo primitivo, pero quizás sabían el peligro de la numeración. Ya ves que el primer censo se hizo por orden del imperio. Porque los imperios viven de los números, ya lo sabes.
Los imperios viven de los números, y hoy más que nunca. No sabía lo de los judíos, pero no me casa con los Números del Pentateuco, la verdad. Y Steinbeck es un fuera de serie, sí; leyendo la correspondencia que iba tras el texto, me dio por pensar que esta parte, justo ésta, la debió escribir cuando el desaliento comenzó a hacerle daño, cuando estaba a punto de abandonar la tarea.
Gracias por comentario y por estrenarme!
De nada, a mandar. Para una vez que puedo ser el primero en algo, no iba a dejar escapar la ocasión
cómo has podido añadir esto a las 22.10 si son las 21.12? capicúa, 21 lo mires por donde lo mires, mi número preferido...así sólo tienes que pensar un poco para saber quién soy
de un tiempo a esta parte me encuentro bajo el efecto Sir Kay, me parece, sólo que lo mío son las letras...y en letras no hay cero, sólo... silencio? qué rara es la vida!
oyel lo de la vieja aspiración...¿tiene algo que ver con envejecer junto a tus náuticos de adolescente semipijo? esa foto me obsesiona desde el principio
Porque para tí son las 21:12 del 3 de octubre, y yo lo había añadido a las 22:10 del día 1 de octubre. Casi dos días antes. Desde luego que la foto tiene mucho que ver conmigo, pero no con la vieja y legítima aspiración, que no es otra que vivir del cuento. Y muy inteligente esa regla de tres: el silencio es a las letras lo que el cero a los números. Me ha gustado, me la apunto
te la regalo...la regla de tres, a ver qué haces con ella
pero, si mal no recuerdo (que es muy posible, las metamáticas nunca fueron lo mío) una regla de tres se hacía para alcanzar un resultado...¿la incomprensión, como la de Lancelot? Porque el miedo parece más bien un sumando en los dos términos del paralelismo. Entonces ¿nos llevan la abrumación y el miedo al silencio y de ahí a no ser comprendidos? ¡qué rara es la vida!
Otra conclusión: los que escriben son unos valientes, porque vencen el miedo (enhorabuena). Y sin embargo, muchas veces también son incomprendidos.
Puesyo, con permiso del dueño del blog: eres muy bueno o buena, pero que mucho.
Creo, Leandro, que eso me lo dijo un cura a propósito del censo que se hizo en el año del nacimiento de Cristo, mandado por los romanos. Es verdad que no cuadra con el libro Números, que por cierto es el nombre que le dio el traductor griego, pero que al fin y al cabo trata de eso.No sé si la prohibición o censura vino después de ese libro o a consecuencia de él. Voy a consultarlo, a ver si alguien lo sabe.
A ver si te enteras, Clares y se hace la luz. En otro orden de cosas, estoy con Anónimo. De todas formas, puesyo, espero que cuando dices eso de que los que escriben son unos incomprendidos no te refieras a que no se entiende lo que escribo. Que no me extrañaría lo más mínimo, pero no por eso dejaría de ser frustrante. En fin, no te localizo, pero acepto el reto y trataré de averiguar quién eres. 21, 21, 21... ¿Barcelona, tal vez?
?Conmigo? ?y donde estaba yo?
Estaba de acuerdo contigo. Efectivamente, no se me entiende cuando escribo
Era una broma de no demasiado mal gusto.
Y como tal lo he entendido. De todas formas, insisto: no me extraña nada que muchas veces no se entienda lo que escribo. Pero eso da para otra entrada, seguro
Incomprendidos, precisamente porque entienden y porque cuentan cuentos. A pesar de haber superado el miedo y la abrumación y haber salido del silencio para decir (escribir, en este caso), los buenos escritores suelen ser bastante incomprendidos. No porque no se les entienda, sino porque no se les entiende.
Parecido no es lo mismo, caballero
El silencio es a las letras lo que el 0 a los números..... nooo, para eso está la "h".
Por cierto, yo vivo de los números y lo que me atormenta no es su existencia, o que todo se relacion con ellos....es que no cuadren!.
Muy bien, Carlos. Como buen hombre de números, has venido aquí a destrozarnos un hermoso símil. Y por cierto, que a un tipo como tú, al que adornan tantas cualidades, le atormente que no cuadren los números... es buena prueba de lo que dice Sir Kay, el senescal
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