Americanos, os recibimos con alegría

03 julio 2012

De unos años a esta parte, todos los escritores que consiguen engancharme a la primera tienen un denominador común: son anglosajones. La mayoría de ellos, estadounidenses. Este año ya me ha ocurrido con tres: Dennis Lehane, Jonathan Franzen y David Foster Wallace (sí, en efecto, esos mismos, a estas alturas; mi atraso cultural alcanza ya proporciones legendarias). Pero todos los años me ocurre con alguno. Y en casi todos los casos, la fascinación perdura en el tiempo.

Son muchos escritores ya. De antes y de ahora. Cada uno en su estilo. Cada uno con sus filias y sus fobias. Unos con novelas, otros con relatos. Cada uno con su género a cuestas. Ellos son los que escriben sobre cosas que me interesan, los que me cuentan las historias que quiero leer.

Ahora es cuando lamento no haber aprendido bien inglés. Ingles leído nivel alto. O altísimo. Mi abuelo lo hizo. Empezó en la cárcel, con ayuda de un diccionario y una gramática, y ya no paró. Inglés, francés, alemán, italiano. Siempre con el mismo método: textos, diccionario y gramática. En sus últimos años de vida podía leer de corrido textos complejos en cualquiera de esos cuatro idiomas. Sólo leer, por supuesto; nada de hablar ni de escuchar. Aún conservo muchos de sus libros en idiomas extraños. Extraños para mí, claro. Siempre lo admiré, y ahora, además, le envidio.

Pero no nos apartemos del tema. Anglosajones, decía, americanos sobre todo. Y no es que no me gusten otros escritores. Todo lo contrario, me gustan. En algunos casos, mucho. Quizá con la excepción de los franceses, que por regla general me suelen aburrir bastante (aquí abro un paréntesis para pedir disculpas por hacer gala de mi osada ignorancia; una vez más, no he podido evitarlo). Pero el caso es que sí, hay otros que también me gustan. Lo que pasa es que, mire usted, no es lo mismo. No los disfruto igual. Quién sabe, quizá me estoy encasillando como lector.

¿Y qué hay del producto nacional? ¿Acaso no es usted español, español, español... oé? Pues sí, claro que sí, faltaría más. Y mucho más ahora, con los aires que nos damos. Pero es que en esta concreta materia de las novelas y los cuentos… pues eso, que no es lo mismo. Ya nos lo dijo Enrique Murillo hace algunos años, en el Taller de Lola López Mondéjar: en España no es que escribamos bien, escribimos bonito, pero no tenemos grandes narradores. Pensaba él, qué cosas, que los grandes narradores son, precisamente, los anglosajones.

No voy a negar que, al escucharlo, experimenté una cierta satisfacción. Algunos seguimos siendo tan tontos que estas coincidencias de opinión nos hacen sentirnos algo más seguros en terreno resbaladizo; es lamentable, sí, pero a estas alturas no parece que eso vaya a tener remedio. Claro que, al mismo tiempo, también sufrí una pequeña punzada en el orgullo: la de saber que nunca podré escribir como esos escritores que tanto me gustan. Pequeña, por supuesto. La punzada, pequeña. Y cada vez que pienso en esto, más pequeña. Nada grave ni preocupante. A mi edad, ya empiezo a desengancharme de los delirios de grandeza. Pero, por muy pequeña que sea, no puedo perder de vista que, cuando me siento a escribir (y cada vez me cuesta más, y cada vez lo hago menos), el resultado difiere del objetivo. Siempre.

Lo dijo un escritor ilustre, no recuerdo cuál. García Márquez, tal vez. Me suena, pero no estoy seguro, ni tengo tiempo ni ganas de ponerme a buscarlo en Internet. El caso es que alguien lo dijo: uno no escribe como quiere, sino como sabe o como puede. Y al que lo dijo, quienquiera que fuese, le sobraba razón.

Yo no puedo luchar, al mismo tiempo, conmigo mismo, con la educación que he recibido y con siglos de tradición. No soy americano, ni siquiera inglés. Cuando escribo, yo escribo como el español que soy, con toda mi carga genética, mi educación y mi tradición cultural a cuestas. Ni la globalización ha podido con todo eso. Y por mucho que nuestra selección gane Eurocopas y Mundiales, y nos dé grandes alegrías (a mí, desde luego, me las da), yo preferiría escribir como uno de esos americanos o ingleses cuyos textos admiro tanto. Yo preferiría escribir cosas que me fascinase leer, si es que alguna vez pudiera leerlas por primera vez.

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues mira por donde, precisamente ayer escuchaba la radio y entrevistaban a usuarios y trabajadores de la Biblioteca Nacional. Uno de los entrevistados era un señor mayor, americano, por más señas, que siempre se sienta en el pupitre número 99. Este señor, filólogo, profesor en prestigiosas universidades norteamericanas e investigador, ha dedicado su vida a estudiar la literatura española y portuguesa de la Edad Media y el Renacimiento. Hasta ha fundado, ojo al dato, en EEUU, una especie de club de estudiosos de Alfonso X El Sabio, de las Cantigas y de la Celestina. Como tú dices: "Ahí queda eso".

Leandro dijo...

También Raymond Carver, unos de los grandes, era admirador y estudioso de Antonio Machado. Al final va a ser cierto eso de que la hierba siempre parece más verde al otro lado del río

Anónimo dijo...

Pos eso, abramos la mente y traspasemos fronteras. Somos ciudadanos del mundo.

Leandro dijo...

Bueno... yo soy más bien de provincias

Anónimo dijo...

Un lector / escritor aficionado de provincias al que le gusta la literatura, ¿cómo es?, "anglosajona". Ya......

Leandro dijo...

Precisamente por eso. ¿Acaso hay algo más provinciano que el convencimiento de que lo de fuera siempre es mejor?

Anónimo dijo...

Y creerse lo mejor también es provinciano, más provinciano y muuuuy cateto.

Leandro dijo...

No hay escapatoria, en cualquier caso nos pilla el toro

Anónimo dijo...

En el término medio está la virtud, amigo. Todos tenemos cosas buenas y cosas que envidiamos de los demás. Los países son las personas y no podemos generalizar. En los EEUU profundos hay gente ignorante de lo que le rodea, que piensa que lo suyo es lo mejor; sin embargo, seguro que muchos han visto lo que tenemos los demás. En la cosmopolita Nueva York también encuentras cerraos de mente. En fin, que vivan la pizza, los donuts, el surimi y el potaje de mi abuela.

Leandro dijo...

Menuda dieta

Carlos Rubio. Economista. dijo...

¿Cómo es eso?; escribimos bonito, pero no somos grandes narradores (los españoles, digo), no contamos grandes historias....se me ocurren unas cuantas, pero siempre de hace algunos añejos. Quizás es que hemos ido cambiando de estilo, como la selección, ahora jugamos más bonito y hemos dejado la "furia" para otros.

Leandro dijo...

No hacen falta grandes historias. Un buen narrador y una buena historia suman más que de sobra

Javito dijo...

Bueno, ya sabes que yo, en este caso también, juego en tu equipo. Para mí, donde verdaderamente son maestros los anglosajones, es convirtiendo hechos totalmente cotidianos en historias únicas. Parece fácil ¿eh?

Cómo envidio yo también a tu abuelo...

Leandro dijo...

Parece fácil hasta que lo intentas. Pobre de ti, entonces. Y sí, mi abuelo era un tipo envidiable, por esa y otras muchas razones; cuanto más viejo soy, más claro lo veo

Anónimo dijo...

Tú tienes su sangre y sus genes. Estás de suerte, amigo.

Leandro dijo...

Y pare usted de contar

Anónimo dijo...

A mi, háblame de tú, por favor.

Leandro dijo...

Era una frase hecha, pero bueno: la sangre, los genes... y para de contar

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