Siempre merece la pena volver a los clásicos, pero a los clásicos también hay que darles una vuelta. Que no es lo mismo. Darles una vuelta por la ciudad para que se aireen un poco, ahora que refresca. Darles vuelta y vuelta, para sellarlos sin que se pasen, que no pierdan su jugo. Darles una vuelta sobre sí mismos y mirarlos por detrás. Y sobre todo, darles una vuelta de tuerca.
¿Y acaso hay algo más clásico que la Navidad? Quizá sea por eso por lo que volvemos a ella una y otra vez. Es clásica ella, en sí misma, y a su vez está llena de clásicos: villancicos clásicos, las clásicas reuniones familiares, las clásicas cenas de empresa, cenas y comidas clásicas, el clásico árbol con sus clásicas bolas y estrellas, los clásicos regalos. La Navidad difícilmente nos sorprenderá, sabemos lo que podemos esperar de ella. Es fiable. Es como un pequeño refugio al final del año.
Perfecto. Entremos pues en el refugio, sentémonos delante del fuego y abramos un libro. ¿Cuál? Bueno, para aquéllos que no quieran abandonar la senda de lo tradicional, aquí dejo este breve clásico navideño, con su correspondiente vuelta. De tuerca, por supuesto.
Relájense. No se lo tomen demasiado en serio. Pasen una feliz Navidad.
Relájense. No se lo tomen demasiado en serio. Pasen una feliz Navidad.
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