Conoció tiempos de gloria hace décadas. Fue una enorme y céntrica escuela infantil. De hecho, en la ciudad se le conocía como «la guardería», como si no hubiera otra. Ocasionalmente cobijó masivas fiestas de nochevieja. Luego, el edificio quedó vacío. Cada vez más viejo, todo el mundo lo olvidó. O casi. Sólo era algo que estaba allí en medio y cuyo abandono no tenía mucho sentido. Parece que ahora vuelve a cobrar vida. Sus tejados maltrechos y sus paredes cascadas albergan nuevos residentes. Son tres, al menos. Entran y salen, solos, a deshora, por un hueco abierto en la parte posterior de la valla, justo en la zona que da a una bocacalle sin salida. No gritan, no reivindican nada, no son amigos de pancartas. Sólo viven allí.
La península de las casas vacías
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Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La
península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los
m...
Hace 2 días
5 comentarios:
Cuánto dices en pocas líneas. Muy atinado. Muy logrado
Es lo que toca.
Tuve algún que otro buen maestro, Rubén. Muchas gracias. Por todo.
Si no un pito, una pelota. O una miseria, Salva.
Hay que vivir.
Donde sea
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